Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Otras cadenas.

   Vivimos inmersos en una mentira casi permanente que a menudo consentimos. Somos conscientes de la incoherencia entre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras actitudes y nuestras acciones.
   Pero nos justificamos alegando esas cadenas mentales, sociales y culturales que a menudo nos impiden avanzar con libertad y nos condenan a permanecer en una actitud casi pasiva frente a esas cosas que nos alteran y nos gustaría cambiar.
   Cobardía, prudencia, impotencia, ... hay montones de reacciones en nosotros que nos impulsan, y a veces nos condenan, a retraernos, a permanecer quietos, a no poder avanzar.
   Siempre he creido que ser conscientes de ello es el primer paso para que las cosas puedan empezar a cambiar en nosotros mismos y que, en consecuencia, ese cambio personal tenga una repercusión en nuestros comportamientos y nuestras acciones.

Pero hay otro tipo de cadenas que arrastramos y que son más difícilmente excusables. Son esas que nos ponemos unos a otros, en nuestro entorno más cercano, incluso entre las personas que más queremos, y los eslabones de esas cadenas empiezan a enlazarse con un simple “tu eres”.
No me gustan los “tu eres”. No me gustan las etiquetas, esas que me cuelgan constantemente y que yo misma cuelgo al cuello de los demás.

Me gusta mucho el segundo de los acuerdos del libro de Miguel Ruiz “Los Cuatro acuerdos” para poder vivir de manera grata y en armonía con uno mismo y con los demás “no te tomes nada como algo personal”.
Si no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos en tantas ocasiones ¿cómo pueden los demás hacerlo con tanta facilidad? Los “Tú eres...” no tienen sentido alguno porque siempre vienen de alguien que tiene su propia visión de las cosas, sus propios prejuicios, sus propios puntos de referencia y sus propias imperfecciones humanas. Por eso nos tendría que resbalar en lugar de tomarlo de manera personal y reaccionando con miedo, impotencia, enfado, sintiéndonos inferiores o intentando justificarnos.

Pero es difícil mantenerse en ese acuerdo íntimo porque, en definitiva, las personas que se mueven a nuestro alrededor nos etiquetan, nos rotulan y nos colocan un nuevo grillete en nuestra cadena que nos impide en tantas ocasiones caminar, al menos con ellos.

Soy consciente de que cuando prejuzgo a alguien, por mucho que la otra persona tenga la capacidad de sobreponerse o ignorar mi prejuicio hacia ella, estoy levantando un muro muy alto entre ella y yo que, por mucho empeño que le ponga, le va a resultar muy difícil saltar aunque realmente piense que vale la pena caminar a mi lado. Además, si esa persona es frágil, con una pobre visión de sí misma, probablemente le esté causando un daño difícilmente reparable. Será su responsabilidad no tomarse mi opinión como algo personal, pero también es mi responsabilidad no colocarle en su frente y en su corazón la pegatina de “tú eres...”
Somos seres humanos, no somos productos fabricados en serie. Nuestro interior es infinito, inabarcable y en permanente evolución.

Es necesario que nos aceptemos sin etiquetas. Es necesario que aprendamos a caminar libres, con alegría, sin miedos, con coraje, desprendiéndonos de juicios y prejuicios, sin mirar como soy yo o como es el otro, tan solo amándonos y amándoles.
Hay que caminar ligeros de equipaje y arrancar cuantas cadenas nos pongamos o nos pongan, especialmente las mentales porque esas son las peores.

Yo creo en la libertad, a pesar de todo.

Esconder el dolor y tirar la llave.

Nunca supe manejar bien mis emociones. Y eso, dicho por alguien que desde niña ha vivido sumergida básicamente en un universo emocional, es decisivo a la hora de armonizar mi vida.
Ser consciente de esto fue todo un descubrimiento para iniciar el difícil trabajo de batallar con ellas.

Aprendí a reconocerlas una por una y me dediqué a clasificarlas: A unas les di la libertad para que siguieran manejando mi vida a su libre albedrío y sin pedirme permiso, y a otras intenté atarlas en corto.

Las primeras son aquellas que producen explosiones de vida en positivo en mi interior. Las que hacen sonreír a mis amigos condescendientemente cuando me afloran.   Son esas que convierten las cosas bonitas en “lo más”:  Esta primavera es "lo más",  la sonrisa de alguien es "lo más", los lugares que me gustan son "lo más", el regalo que me han hecho es "lo más"... o esta canción, este atardecer, las palabras de alguien, mi último sueño... todo es "lo más".   Lo más bello, lo más hermoso.
Y no me importa cuando a veces me dicen que soy muy exagerada. Tal vez, no lo sé, pero yo lo vivo así y eso me llena de vida, de alegría, me carga las pilas... en definitiva, me hace feliz. Y, cuidado, que no solo es que me hace feliz, sino que soy “la más” feliz. Por eso me importa un comino cualquier cosa que me digan. Es mi torrente emocional en positivo y es ese al que le permito manifestarse cuando le dé la gana, de manera incontrolada.

Pero luego están las otras, las que pretendo amarrar y controlar a golpe de látigo para que, cuando se disparen no hagan de mi vida también “lo más”, pero en sentido negativo. Y ahí guardo el cajón de mis miedos, de mis inseguridades, de mi fragilidad, de todo aquello que puede convertir cualquier cosa en “lo más” triste, difícil, desesperanzador...

Pero hoy me he dado cuenta de que algo no estoy haciendo bien. Que no se trata de guardarlas en un cajón y tirar la llave al fondo del mar porque, finalmente, acaban escapando. Se trata de hacerles frente y manejarlas bien, de aprender a controlarlas cuando afloran. No puedo huir de mis miedos, porque están ahí. No puedo huir de mi vulnerabilidad, porque está ahí. No puedo huir de la tristeza, porque está ahí. Me he dado cuenta de que no estaba haciendo las cosas bien cuando de repente todas ellas han salido de su caja y han aflorado a la superficie como de una olla a presión .

He sentido tanto miedo, tanta desesperanza, tanta frustración que durante unos días el dolor y la tristeza se han convertido en “lo más” y han terminado por romperme.
Aturdida todavía, tambaleándome, me he dado cuenta de que no tengo más remedio que enfrentarme a mi misma, coger el toro por los cuernos y aceptar que todo eso también está en mí, que no lo puedo encerrar ni ignorar. Que, más bien, tengo que enfrentarme a ello y mirarlo cara a cara en lugar de darme la vuelta y mirar hacia otro lado, como si eso no estuviera ahí.

Todo está en mí. Tengo que aprender a ser capaz de convivir con ello, reconciliarme con mis emociones negativas y establecer con ellas un pacto de sana convivencia.

La verdad es que no sé por donde empezar, pero estoy segura de que encontraré la pista.
Por lo demás, y después de tres noches sin dormir llorando desconsoladamente, acabo de decidir que voy a salir a la terraza a ver amanecer. 

Las primeras luces del alba apuntan detrás de mi ventana y estoy segura de que este amanecer de primavera va a ser “lo más”. Me lo voy a regalar.

Proyecto Ávalon - Iniciativa para una Cultura de Paz. Gratitud.

Hay cosas que se clavan en el alma con imperdibles y no te las puedes arrancar por mucho que lo intentes.
Yo formo parte de Ávalon. Esa es una de esas cosas. Y Ávalon forma parte de mi. Esa es otra de esas cosas.
El Proyecto Avalon fue la cristalización de un sueño, eso decimos quienes lo impulsamos. Pero ni en mis mejores sueños pude jamás imaginar lo que el Proyecto Avalon podría llegar a significar en mi vida.
Mas allá de los fines y objetivos que reflejan sus estatutos, más allá de los medios previstos para alcanzarlos, atesora su auténtica razón de ser, el espíritu.
Una puede imaginar o suponer, pero todas mis vivencias y experiencias de estos años han superado lo supuesto. Es verdad que nuestro Centro Internacional de la Paz sigue sin construirse, o que las ondas de radio no transmiten todavía nuestros mensajes al mundo, y es verdad que no sabemos como se hace el dinero sin tener que vender el alma del Proyecto Ávalon a quienes están dispuestos a comprarla.

Pero, como dijo Lenon, la vida es aquello que nos va sucediendo mientras nosotros hacemos otros planes, y así ha sido como el ideal principal del Proyecto Avalon se ha ido cristalizando poco a poco, lenta y calladamente, sin darnos cuenta. Ese objetivo básico, esencial, que no atrae la mirada de la gente ni de las grandes organizaciones, que no sale en los medios de comunicación, y que ningún organismo público o privado va nunca a subvencionar: intentar integrar en cada uno el espíritu de la hermandad sin dejar de trabajar individualmente el concepto básico de Ser Uno con Todo. 
Estoy convencida de que cualquier acción que hagamos para cambiar en algo las cosas que no nos gustan caerá en saco roto si no la hacemos desde dentro, con humildad, y creyendo firmemente en lo que hacemos.

Cualquier acción caerá en saco roto si los que la presencian o comparten no lo hacen también desde el corazón, con la firme voluntad de integrar en sí mismos cada palabra, cada idea, cada aprendizaje, con humildad y coherencia, desde el pleno convencimiento de que el cambio empieza por uno mismo.
Pedir la paz a los demás es sencillo, pero hacer que la paz se asiente dentro de ti y la transmitas desde dentro, es más complicado y mucho más difícil que organizar actividades educativas o grandes eventos de concienciación social. Y, sin embargo, ese es el primer paso del camino.

El Si quieres cambiar el mundo cámbiate a ti de Gandhi cobró todo su sentido cuando fui capaz de integrar totalmente en mi esa verdad y decidí trabajarla desde dentro.
No pretendo decir con ello que lo haya conseguido y mi trabajo haya terminado. En realidad tengo la certeza de que este es un trabajo que acabo de empezar y nunca veré terminado. Pero es el único camino válido, a mi juicio, en el que el trabajo por la paz puede dar frutos.
Y cuando pienso en el Proyecto Avalon, en toda esa gente que integró con humildad este axioma en su vida y trabaja desde dentro el concepto de esa nueva humanidad por la que apostamos, me conmuevo enormemente y siento una gratitud tan grande que no sé como transmitírsela.
Aquellos que acercan la Cultura de Paz a sus trabajos, a sus alumnos, a sus amigos, a su comunidad de vecinos, sin hablar de ello, tan solo con su actitud, con su forma de hacer y de sentir las cosas. Tan solo, siendo Uno con ellos.

Esas son las personas que creo que finalmente pueden cambiar el mundo.

Exponer nuestras abiertas ideas sobre la Inter-culturalidad, la Inter-religiosidad, el respeto a cualquier ideología, la ecología... es relativamente fácil. Pero a nada conduce si realmente no miramos al otro y a lo que nos rodea con un respeto profundo y auténtico, desde esa visión que va, incluso, mucho más allá del corazón, entendiendo e interiorizando que Todos y Todo sumamos Uno. Que somos Uno. Uno con los demás, uno con la Tierra, Uno con la Vida...
Desde esa visión interior, el respeto, la generosidad, la solidaridad, .. todos esos valores que defendemos incansablemente, fluyen espontáneamente hacia fuera, sin siquiera pretenderlo.

Mi trabajo en el Proyecto Ávalon ha sido un regalo que me ha hecho la vida, porque ha afianzado en mí estos conceptos, porque me ha lanzado de cabeza a intentar resolver desde dentro aquello que pretendía resolver desde fuera.
Ha sido una ofrenda porque me ha permitido conocer a tanta gente increible, anónima, que me ha enseñado, que me ha ayudado tanto a reconducir mi camino.
Aquellos que no hablan, hacen. Aquellos que hacen porque Son. Aquellos que no te tienden la mano, sino que te levantan directamente cuando tropiezas y caes, aquellos que ni siquiera se dan cuenta de que lo están haciendo.
Como diría Benedetti, con gente como esta, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuida.

Por eso Ávalon siempre colgará de mi corazón prendido con un imperdible. Porque está llena de gente que no se limita a estar, sino que es Una conmigo y con la Vida.
Porque me ayudan a caminar con su ejemplo, su coherencia, su energía.
Porque son necesarios, imprescindibles, para cambiar mi mundo y el de mis hijos.
Porque sé que caminando junto a ellos todavía hay una esperanza de futuro.


Esperar de los demás: lo parecemos, pero no somos iguales.

El otro día me encontré con una amiga a quien hacía mucho tiempo que no veía. Un hecho que me dejó un sabor agridulce porque después de la alegría del reencuentro, vino el desánimo del desencuentro.
Todos estos años que han transcurrido desde que no nos vemos parece haberlos empleado, en resumidas cuentas, en experimentar una permanente frustración porque, según ella, no ha tenido “suerte en la vida”. Una vida que ha basado siempre en esperar que los demás le proporcionen todo aquello que cree que necesita y de la manera que ella espera. Sus amigos y su familia no han estado “a la altura” y se siente sola frente al mundo.

El desánimo del desencuentro llegó cuando me di cuenta de que yo tampoco estaba ya “a la altura”, de que me estaba convirtiendo en una nueva decepción para ella.
Entiendo que no se pueden desbaratar nuestros esquemas mentales de un plumazo, y tampoco lo pretendía cuando hablaba con ella. Tan solo intenté que se diese cuenta de que su dolor es el fruto de esos esquemas, nada más, y que ser conscientes de ello es el primer paso para poderlos cambiar. Pero ella ni siquiera fue capaz de entender que el hecho de decirle esto no implicaba necesariamente que no me compadeciese de su propio dolor.
Es inútil, además de una osadía, pasarnos la vida esperando a que los demás se acoplen a nuestros intereses, ideales, creencias y circunstancias. No podemos pasarnos la vida esperando que alguien nos llame, nos visite, nos escuche o actúe, en ese instante exacto en que nosotros pensamos que es el oportuno y de la manera que consideramos que es la correcta.
No podemos pasarnos la vida mascullando entre dientes “eso no lo haría yo”, porque resulta que él o ella es otra persona, con otros principios, otras vivencias, otras carencias, otra visión de las cosas y otra manera de actuar, de pensar y de sentir.
Valores como la lealtad, entrega, confianza, compasión, generosidad ... son comunes a todo aquel a quien preguntemos qué espera de la gente que quiere. Pero cada uno aplica su propia visión de estos valores tergiversada, contaminada, por sus propias ideas.
Es imposible que  nos adaptemos a los dogmas que a cada persona que nos rodea le sirven de referencia en el momento de valorar, incluso juzgar, a los demás. Es difícil tener que estar constantemente demostrando las cosas como los demás esperan que lo hagas. Y lo más difícil es hacer entender a quienes te lo exigen que lo que toca es aceptar a los demás como son y mostrar hacia ellos la misma comprensión y generosidad que tu esperas para ti mismo.

Ojalá fuésemos capaces de romper esa vara de medir que todos guardamos en un cajón y cuyos valores numéricos aplicamos en función de lo que cada cual consideramos correcto o incorrecto, y que generalmente utilizamos para etiquetar a los demás y esconder detrás de esa pegatina nuestras propias sombras y justificar nuestra decepción.
No podemos esperar de los demás otra cosa que aquello que ellos mismos son, y no hay sensación más hermosa que la de la gratitud cuando alguien se entrega a ti tal y como es, con sus luces y sus sombras, sin miedo a que le juzgues, y te acepta a su vez, con tus luces y tus sombras, sin medirte ni juzgarte.
Y esa es la grandeza, la maravilla, de la amistad, del amor.

Sé que mi amiga seguirá esperando a que el mundo se adapte a ella. Sé que seguirá frustrada, y sintiendo un inmenso dolor que la romperá por dentro. Sé que no supe estar a la altura según su vara de medir y eso también a mi me produce un inmenso dolor y me rompe por dentro. Tristemente, también sé que eso jamás lo creerá.

A pesar de todo, yo misma me sorprendo muchas veces esperando, juzgando y sintiéndome frustrada. Pero sé que es mi responsabilidad escarbar en el cajón y destrozar de una puñetera vez mi propia vara de medir.

En zapatillas de ir por casa

¡Hola a todos!

Esta es mi primera entrada y estoy como una niña con zapatos nuevos.
Ayer me dediqué a crear este espacio que andará volando por ahí. No creo que llegue muy lejos porque no aspiro en absoluto a que estas páginas sean muy visitadas, entre otras cosas porque tampoco creo que puedan aportar o interesarle mucho a nadie, ni lo pretendo.

Así pues, sin pretensiones de ningún tipo, inicio mi andadura personal en este mundo virtual y me convierto en internauta. ¿Quién me lo iba a decir a mi?
Todavía no tengo muy claro porqué estoy aquí. Siempre tan celosa de mi intimidad, compartida solo por aquellos pocos a los que yo llamo “mi gente”. Siempre escribiendo cosas para esconderlas en disimuladas carpetas y romperlas después. Siempre soñando cosas para olvidarme hasta yo misma de casi todo lo soñado.
Cierto es que últimamente ya estoy aprendiendo a no preguntarme el porqué de las cosas. Las cosas son, te pasan, las sientes, las vives... Descubrí la perdida de tiempo que era preguntarse el por qué de las cosas cuando me di cuenta de que, generalmente, me equivocaba en la respuesta y ésta me llegaba sola un poco después, o mucho después, o tal vez, todavía, no ha llegado.
La vida nos lleva y nos trae y es impresionante mirar hacia atrás y darse cuenta de lo impredecible que es. También sé que mis decisiones, muchas veces impulsivas e inconscientes, desvían mi camino hacia un lado o hacia otro.
Y así he llegado hasta aquí, tecleando en este ordenador, sin preguntarme por qué y dejándome llevar.

Ayer le decía a una amiga que esto debe de ser ego puro. De otro modo ¿a santo de qué te inventas una cosa así, donde solo puedes hablar de ti misma, emitir tus propias opiniones y hablar solo de lo que te interesa?
Pues será, no lo sé. ¿Qué más da?

En cualquier caso, debo de tener un ego muy poco exigente porque soy consciente de que entre yo y cualquiera de los que me leáis hay un abismo de muchas cosas alucinantes de las que yo carezco.

Bienvenidos a este rincón donde solo se abrirá la puerta a los que entren con zapatillas de estar por casa y, mejor todavía, con la mantita del sofá.