Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Mi móvil, mi piedra, mis margaritas...

Llevo varias semanas agobiada con algunos trabajos pendientes, de esos que no sabes por donde meterles mano y que, además, hay que hacer contra-reloj. Ahora, cuando ya casi lo tengo terminado y empiezo a quitarme esa presión que me impedía conciliar el sueño tantas noches, me siento extremadamente liberada y feliz.

Aún cuando ya es de madrugada y estoy cansada, he salido como tantas otras noches a la terraza a respirar un poco el aire fresco de la noche, a escuchar el canto de los grillos y a mirar ese horizonte que a penas se intuye entre las sombras, pero que yo sé que esta ahí.

Me gusta esa quietud, ese silencio. Me gusta mucho. Y hoy, especialmente, lo he saboreado más, porque me sentía tranquila, relajada, con la seguridad de que aquello que tenía que hacer ya está casi acabado.

Pero esto me ha llevado a pensar, no en estos días de preocupación y de ansiedad, sino en los anteriores, cuando no sentía esa Espada de Damocles sobre mi cuello, amenazando con cortarlo si no acababa aquello que no sabía ni cómo empezar. Esos días anteriores en los que no me sentía tan liberada y tan feliz como me siento ahora, aún cuando la situación era la misma. Entonces, no valoraba lo que significaba no sentirse presionada, como tantas veces no valoramos el que no nos duela la cabeza, o tengamos 10 € en el bolsillo, o que alguien nos sonría cuando nos da los buenos días.

Aunque me escuecen los ojos, no he querido acostarme sin sentarme a escribir esto que siento, para ver si de este modo me lo grabo definitivamente en mi memoria, en esa mente traicionera y desleal que se empeña en hacerme olvidar a cada instante lo maravilloso que es vivir cada uno de esos instantes.

Hace ya tiempo que un inmenso sentimiento de gratitud invade mi espíritu, pero mi mente se empeña reiteradamente en que lo olvide.
Y yo lo intento, de verdad: Cuando conecto mi móvil, cada día, la palabra que aparece en mi pantalla es “gracias". Cuando abro mi cartera para pagar el café que me tomo, o la compra del supermercado, aparece una piedrecita entre las monedas, para acordarme de que tengo que dar las gracias... Y escibo la palabra gracias mientras hablo por teléfono con alguien, y la adorno con flores de tinta, colocando siempre una margarita sobre la “i”.

Pero nada de esto sirve de mucho porque mi mente se obstina en que lo olvide, en que aparte la piedrecita sin mirarla siquiera mientras busco las monedas, y, cuando en la pantalla de mi móvil aparece la palabra “gracias”, la ignoro nerviosa esperando que aparezca la siguiente pantalla que indica que ya tengo cobertura. Y cuando rodeo de flores la palabra “gracias” y dibujo la margarita sobre su “i”, no soy consciente de lo que estoy haciendo y se convierten, tan solo, en garabatos que dibujo de manera compulsiva e inconsciente.

Siento una rabia infinita y una gran tristeza cuando me doy cuenta de que es necesario detenerse, hacer un alto como el que he hecho esta noche, para tomar consciencia de todo ello. Y, una vez más, me he propuesto seriamente intentar que, por muchas cosas que ocupen mi mente cada día, tengo que dejar un hueco permanente , como sea, para llenarlo de gratitud .

Mi corazón está lleno de gratitud, es verdad, y sé que de alguna manera eso que guardo en mi interior, en lo más profundo de mi espíritu, seguramente contamina mi vida cotidiana, apresurada y llena de quehaceres. Sé que si ese sentimiento de profunda gratitud no me invadiera en lo más recóndito, seguramente mi vida sería mucho más gris, trivial e insignificante.

Pero quiero ir más allá: quiero ser consciente en cada instante de la suerte que tengo, por estar aquí, por ser, y por poder aceptar y disfrutar todo cuanto la vida me regala en cada momento.
Quiero que cada día me sienta tan liberada y feliz como me he sentido esta noche, cuando buscaba ese horizonte entre las sombras, disfrutando del canto de los grillos, con la satisfacción del trabajo hecho.

Dicen que solo valoramos aquello que perdemos y, seguramente, es verdad. ¡Qué estupidez la nuestra!.

Si algo tengo claro es que cualquier cosa que hoy tengo, mañana tal vez ya no la tenga. Y en ese saco incluyo todo cuanto poseo, desde lo más valioso, como la gente que quiero, a las cosas más insignificantes, como este simple teclado de mi ordenador.

Hoy estoy aquí, pero mañana no sé donde estaré, o donde estarás tú que, tal vez,  leas esto. Hoy he sonreído escuchando el canto de los grillos, pero tal vez mañana no pueda escucharlos. Hoy he trabajado, me he reído, he hablado con la gente, he besado a mi hijo y he tecleado afanosamente en mi ordenador para acabar ese puñetero trabajo. Pero, mañana, tal vez no pueda hacer ninguna de esas cosas.

Por eso quiero ser consciente, valorar y agradecer a la Vida todo cuanto tengo antes de perderlo, o, más todavía, aunque no lo pierda nunca. Y, sobre todo, agradecerle esta capacidad que constantemente me brinda para sentir, para ser capaz de conmoverme cuando siento el viento fresco de la noche en mi piel, mientras intuyo un horizonte de viñas verdes e impenetrables montañas entre las sombras.

Desde mañana..., ¡no!, desde ahora mismo, voy a proponerme por enésima vez ser consciente de todo ello, aunque me cueste la vida misma someter y doblegar a mi mente. Y pondré toda mi atención cuando dibuje cada pétalo de la margarita que corone la “i” de la palabras “gracias”, mientras hable por teléfono, quien sabe con quien, quien sabe de qué.

¡Qué más da! Lo increíblemente maravilloso será que estaré viviendo, de verdad, ese instante.

Porque cuando uno está despierto y consciente, hasta lo más insignificante se convierte en un milagro.