Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Lecciones de mi profesor.

Hace un par de días le advertí a un amigo con el que hablaba por teléfono: cuidado con lo que cuentas porque, mientras tu hablas, yo escribo lo que tu me dices.

Él es como un saco sin fondo de sabiduría, encubierta por su imparable ir y venir de clases en la Facultad, de revisión de trabajos de sus alumnos, de viajes de acá para allá, y de las mil actividades que realiza en  otras organizaciones en las que trabaja.

Él habla rápido, como si la vida le fuera en ello. Tal vez porque quiere gastar pronto las palabras para pasar rápidamente a la acción.

Cuando escucho sus charlas, al igual que cuando mantenemos conversaciones personales, mi mano vuela sobre el papel, anotando mil y una de las cosas que dice, atropelladamente.
Y verdaderamente me atrapa, no porque diga algo nuevo o que no haya escuchado antes; lo que hace que se disparen mis alertas es que encaja la teoría - siempre como de pasada - mientras aborda las dificultades, intenta resolver conflictos, o prepara un nuevo quehacer.

 Tiene ese punto de “profesor despistado” que a muchos nos hace sonreír, pero que camina totalmente centrado en un objetivo concreto. Cree en lo que hace, sabe a donde quiere llegar y, directamente, camina, sin muchas más complicaciones.

Mientras tanto, él continúa dándonos pistas, casi sin querer, cuando se sienta frente a nosotros y nos habla de Newton, o de la psicología del aprendizaje, o qué se yo. Él solo quiere acabar pronto, para que empecemos a trabajar en serio, para que aquello que nos ha contado de otros lo integremos en nosotros,  lo evidenciemos.
Y allá que nos vamos, al campo, para observar la textura de una hoja de castaño, o el color de una violeta, o la caricia del viento en la piel, o la frescura del agua en nuestros pies.

A veces, nos hace levantar de las sillas y nos pone a jugar como niños, y nos obliga a mirarnos a los ojos, o nos hace correr detrás de alguno al que tenemos que cuidar, sin que se note.



Mi profesor despistado cree a pies juntillas que todo está relacionado: Que si tiramos un papel al suelo, se ensucia la Plaza Roja de Moscú; si cortamos una flor, dejamos sin flor el gran jardín de la tierra; si no aprendemos a entendernos con el que tenemos al lado, es una estupidez trabajar para poner fin a los conflictos sociales.

Y, más allá de Lovelock y Arne Naess, él nos dice:“Cuando la conciencia penetra profundamente en sí misma, más allá de nuestro yo separativo, más nos sentimos conectados y comprometidos con la comunidad de la vida”.

Mi profesor despistado me decía el otro día, en medio de un contexto de organización de trabajo, entre indecisiones y prisas, “cuando trabajamos hacia el exterior, la energía se nos escapa; es necesario trabajar también hacia dentro, porque entonces la energía se multiplica. Si trabajamos solo hacia el exterior nos quedamos sin energía y, entonces, nos aborda el cansancio y la desilusión.”

Hoy leía también el post de una amiga que, con otras palabras y de manera profunda, expresaba como se siente un tanto perdida en medio de este caos que nos rodea, intentando mantener su compromiso con la vida y con los demás, pero viendo como la corriente del mundo la aleja de sí misma,...

Ambos, mi profesor despistado y mi amiga querida, me han traído otra vez hasta aquí. Es curioso que en pocas horas haya escuchado o leído cosas tan similares de personas tan cercanas.
Como decía al principio, no es nada nuevo, no es nada que no sepamos la mayoría de nosotros. Aprender la teoría es fácil, pero poner en marcha todo lo aprendido pasa, inexorablemente, por masticarla dentro de una misma, digerirla y asimilarla.

Y eso solo se puede hacer, como dicen mis dos protagonistas de este post, mirando hacia adentro, descubriendo lo más profundo y mejor de nosotros mismos, que siempre es, también, lo mejor y más profundo que guardan los demás y que nos conecta con ellos y con la Vida entera.

Solo así es posible disfrutar de la textura de la hoja del castaño, o navegar en lo más profundo de la mirada de quien tenemos en frente, sin miedo a descubrir que es alguien como yo.

Solo así podré entender cómo, mientras limpio la basura de mi puerta, estoy limpiando de basura el mundo.

Y, solo así, es posible continuar caminando, con ilusión y con energías renovadas.

¡Vale! de nuevo tomo nota. A seguir intentándolo....

A ver si "me desatranco".

Hace días que me siento frente a una página en blanco sin saber que escribir, la miro y cierro el programa del ordenador sin haberle dado ni a una sola tecla.
Cuando una persona escribe, como yo, solo lo que siente, y lo hace en aquellos momentos en que “se le escapa” por la intensidad de la emoción, el hecho de no escribir me lleva a preguntarme qué es lo me pasa: ¿acaso no siento nada últimamente?

Es evidente que el corazón no para, que las emociones están ahí pero, por algún motivo que se me escapa, no consigo encauzarlas ni darles forma en mi mente para plasmarlas.

Una amiga -que anda más o menos como yo- me decía el otro día “a ver si me desatranco”. Me gustó esa expresión, porque pensé que era una buena manera de definir nuestros estados de ánimo: “atrancadas” .

Durante unos días vivo encerrada en mi caparazón, es cierto. Y dedico todo mi tiempo libre a hacer cosas que me absorben totalmente. Evito pensar en otra cosa que no sea el trabajo que estoy haciendo y me guardo muy pocos momentos para mí misma, para dejarme llevar.
Supongo que será un mecanismo de defensa para que la tristeza que estoy sintiendo desde hace un tiempo se vaya adormilando un poco, y mi mente no se vaya por derroteros que no quiero pisar.

La ausencia de Raúl, el proceso que ha seguido durante toda su vida y la manera en que nos ha dejado, está siempre ahí. Sigue ocupando la primera plana de este diario de información con noticias de última hora que es mi vida.

Cada noche salgo a la terraza de mi casa y pronuncio su nombre en voz alta, muchas veces, mirando al cielo. No sé si busco que me oiga o, sencillamente, igual que hacían lo egipcios, pienso que es una manera de mantenerlo vivo en este mundo que ha dejado.

No suelo hablar de él, me lo guardo para mí. Supongo que es lo mismo que estarán haciendo muchos de los que lo querían. Cuando uno expresa sentimientos de este tipo, hay un trueque inmediato de palabras. Si hablas de ausencia, te dicen que él sigue ahí; si hablas de tristeza, que recuerdes su sonrisa; si te preguntas por qué, es porque era su hora; y siempre acabas escuchando que, seguro, está en un lugar mejor.

Sé que todo eso es cierto, lo sé. Pero nada de eso hace que el sentimiento de ausencia, de vacío, se vaya. Y solo me consuela pensarlo en silencio y mirar hacia el cielo y pronunciar su nombre.

Se también, que esto forma parte de la vida y hace ya tiempo que lo asumí y acepté, pero no puedo evitar seguir añorándolo, y sigo encontrando muchos sinsentidos, más sinsentidos que nunca, en muchas de las cosas que escucho y veo cotidianamente, por mucho que me digan y me diga a mi misma que la vida continúa.
El dolor se hace mas suave y llevadero, afortunadamente, pero la añoranza y la sensación de vacío siguen otro proceso, un poco más lento.

Por ahí andamos. Como dice mi amiga, a ver si “me desatranco”.

¿Qué ha pasado?

Esta es la primera mañana sin ti. Todo se acabó, Raúl. Ya no estás. Ayer te dejamos solo, cubierto de flores.

Hoy llueve, llueve, y llueve. A través de mi ventana veo el camino que cada día recorrías para ir a trabajar, entre árboles y viñas. La última vez que recorriste ese camino las viñas estaban verdes, y las uvas colgaban de sus ramas. Hoy están de color granate y ya sin fruto.
Anoche me senté a mirar ese camino y las luces de los coches que iban y venían. Imaginaba que una de esas luces podías ser tu, recorriendo el camino de ida y vuelta, como cada día.

¿Qué ha pasado, Raúl? No lo puedo entender ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible que no estés aquí?

Quisiera saber que estás recorriendo senderos por ahí o plantando árboles o haciendo carpetas de cartón reciclado. Quisiera pensar que estás haciendo tai-chi en algún claro del bosque. O, sencillamente, tomándote un té con tus amigos.
Pero también sé que no es así. Y en este momento no me conforta pensar que tal vez andes por otros caminos más hermosos. Tampoco me consuela llevarte tan dentro de mi corazón. Solo quiero verte, Raúl, y cogerte la mano, y cruzar mi mirada contigo. O, por lo menos, entender lo que ha pasado. Necesito entenderlo.
Solo tú me lo puedes explicar, pero ya no se donde llamarte, ni donde buscarte. Ya no me coges el teléfono. Ya no.

¿Por qué? ¿Qué ha pasado, niño, dime ¿qué ha pasado?

Raul. Siempre.

Hace apenas unos días escribía unas líneas de despedida para Mansur Escudero, ese valiente y honesto luchador que se nos fue a caminar por los jardines de su Amado Alláh.
Hoy,... hoy creo que ni siquiera puedo encontrar las palabras para ésta nueva despedida.

Se fue mi duende, nuestro duende del sombrero con cascabel. Se quedó sin fuerzas para seguir luchando.

Lo creíamos invencible, pensábamos que nunca se marcharía, que su afán por vivir y permanecer con nosotros, que su fe y su confianza, junto al empuje de nuestro amor y de nuestra propia fe, lo mantendrían a nuestro lado para siempre.

Pero la vida nos ha vuelto a dar una bofetada en la mejilla. Ni él ni nosotros podíamos decidir cuando y en qué momento nuestro duende, nuestro ángel, tenía que partir hacia este último viaje, más allá de ese cielo estrellado, a dónde solo él ha podido cruzar dejándonos a todos aquí, abrazados a su cuerpo inerte y frío.

Cuando alguna vez imaginé que, tal vez, este momento podía llegar, la sola idea me arrancaba lágrimas de tristeza, incluso de desesperación. Pensaba que un golpe así me sumiría en la más profunda angustia , que me faltaría hasta el aire para poder respirar.

Y, sin embargo, a pesar de mi tristeza, me siento calmada, serena y en paz.
Porque nuestro duende se fue así, sereno y en paz. Fue la última cosa que hizo por todos los que le amamos, el último regalo de su alma generosa.

A qué desesperarnos, a qué angustiarnos, cuando él supo mantenerse sereno y sonriente hasta su último instante de consciencia.
A qué gritar a la vida de su injusta crueldad, cuando él la amó y la bendijo en cada momento.

En este momento de extraño vacío, intento llenarlo con el recuerdo de su sonrisa, de su alegría. Él siempre supo crecerse ante las dificultades con una confianza y una entereza increíbles.

Mensajero de no sé qué lugar, estuvo a nuestro lado para enseñarnos a caminar por la vida agradeciendo cada instante, perdonando cada error; asumiendo lo inaceptable mirando siempre hacia adelante y esperando un nuevo espacio para la esperanza y la sonrisa.

En este momento no puedo sentir esa angustia que tanto temía. Más bien, al contrario, solo siento gratitud por haberme permitido caminar a su lado, y por habernos dejado aquí su mochila de viaje, completamente cargada de amor, de luz, y de experiencias.

Era su momento. No sabemos si fue él quien lo decidió o Alguien lo decidió por él. En cualquier caso, era su momento, y supo aceptarlo igual que supo aceptar y deleitarse con los momentos de plenitud y de vida.

Llenar su enorme vacío será difícil. Nos constará tomar consciencia de que no lo tenemos al lado, de que ya no está su mano cogiendo la nuestra, ni anda pululando su risa por el aire.
Pero ha sido tan grande su amor, ha sido tanto lo que nos ha dado a todos, que nuestros corazones están llenos de él. Tan llenos de él que seguiremos caminando sabiendo que sigue a nuestro lado y, ante las dificultades, ante los conflictos, seguiremos echando mano de todo lo que él nos ha enseñado pacientemente a lo largo de estos años.

Te has ido, querido amigo. Te has ido. Pero nos has dejado tanto, tanto, tanto.

Y, por mucho que hayamos aprendido de ti, permítenos este espacio de tristeza en el que nos ha dejado sumidos el último adiós de tu último viaje.

Te has ido a caminar más allá de esas sendas que recorrías cada fin de semana,  más allá de las montañas que tanto amabas.

¡Pero te has ido con las manos tan llenas! y ¡Nos has dejado tanto!
Gracias, gracias, gracias, Raúl.

Gracias, Mansur Abdussalam Escudero

Ayer murió Mansur Abdussalam Escudero, Presidente de la Junta Islámica. Seguramente a estas horas su alma blanca camina entre las flores del jardín de su Amado Alláh.

Nadie es imprescindible en este mundo, lo sabemos todos. Pero también es cierto que todos somos necesarios. Como decía Teresa de Calcuta, no somos más que una gota en el mar, pero sin esa gota, el mar sería diferente.

Mansur Escudero era algo más que una gota en este mar de seres humanos que poblamos el Planeta. Mansur Escudero era una luz, una esperanza para quienes creemos que otra humanidad es posible.

Una humanidad en la que, no solo todos cabemos, sino que, además, todos podemos ser capaces de convivir juntos, desde el más absoluto respeto y en la más completa armonía.
Y con esa creencia, Mansur trabajó hasta el último momento para hacer de esa utopía una realidad cotidiana.

Y ese trabajo suyo lo realizó cargando con un enorme peso en su mochila: el peso de la incomprensión, del miedo, del rechazo de tantas gentes que, bien por ignorancia, por la manipulación de algunos medios de comunicación o por manipulación política, caminan por la calle pensando que cada musulmán es un terrorista en potencia o anda colocándole un burka a su mujer.

Pero su dolor era doble, porque también cargaba en su mochila con el sufrimiento de cada víctima (de cualquier religión, cultura o país) de los fundamentalistas que levantan la voz y las armas en nombre del Islam, movidos por intereses políticos y económicos y apoyándose en el miedo y la ignorancia de quienes mantienen bajo su yugo.

No somos conscientes de la suerte que tenemos cuando caminamos por la calle sabiendo que somos socialmente aceptados. No tenemos que caminar pidiendo perdón, ni escondiéndonos, cuando algún miembro o representante de la Iglesia Católica escandaliza a la sociedad con sus discursos o sus actos. No van con nosotros las terribles barbaridades de la Santa Inquisición, ni el apoyo a las políticas nazis, o a los gobiernos absolutistas que siguen torturando y asesinando en la actualidad mientras reciben la bendición apostólica y romana. Tampoco nos planteamos si el que atraca un banco o asesina a su mujer es católico. No, no va con nosotros.. Todos sabemos que nadie nos va a juzgar por nuestra creencia religiosa y tenemos claro que todos los cristianos -católicos o protestantes- no somos así. Se da por hecho que la mayoría de nosotros somos gente buena.

Y, sin embargo, cómo nos cuesta entender que la mayoría de los musulmanes, al igual que los cristianos, o los budistas, o los judíos,... son gente buena, y que no podemos prejuzgar, juzgar, ni condenar a nadie, tan solo porque su Dios lleve otro nombre, o 99 nombres como es el caso de Alláh.

Mansur Escudero trabajaba por el entendimiento, por la concordia, por la hermandad. Su voz se elevó siempre, con coherencia y valentía, reclamando un lugar de paz en el mundo, donde pudieran convivir las buenas gentes, fuese cual fuese su religión, su creencia, su ideología o su cultura.

Mansur era la voz de los musulmanes que apostaban fervientemente por la tolerancia, el respeto, el diálogo y la convivencia pacífica, y se fue sabiéndose condenado por muchos, acusado de querer “conquistar” Al Andalus, España y el mundo entero con sus ideas “peligrosas” de coexistencia sin trabas, de respeto, de fraternidad y amor.

Querido Mansur: te fuiste de aquí sin conseguir tu sueño: Encontremos  lugares donde puedan rezar musulmanes, cristianos, y gentes de cualquier creencia, unidos, en hermandad. Demos un ejemplo al mundo, que vean que esto es posible.

Pero no pudo ser, querido Mansur. Y viste como seguían levantándose muros y más muros, muros de mezquitas, de iglesias, de monasterios... muros que excluían al resto, que separaban, que desunían. Tan solo te quedaba encerrarte en tu propio lugar sagrado, en tu propia mezquita, para continuar rezando y pidiéndole a Alláh que el mundo fuera un poco más justo, un poco menos violento y cruel, y -sobre todo- que las gentes perdieran el miedo, que se acercaran entre ellas, se conocieran y se entendieran.. Que aprendieran a convivir, a respetarse y a amarse.

Fue difícil tu trabajo, Mansur Abdussalam Escudero. Tal vez te hayas ido creyendo que, además, fue inútil.
Pero allá donde estés, puedes estar seguro de que no fue así: el mundo es un poco mejor porque tú pasaste por aquí.

Tu mirada limpia, tu fe, tu valentía, tu pasión por la justicia, por la verdad, por el entendimiento, por la paz, ... todo eso deja huella, querido Mansur.

Quienes tuvimos la suerte y el privilegio de conocerte nos repartimos tu testigo. Y seguiremos trabajando junto a nuestros hermanos musulmanes, cristianos, judíos, o de cualquier creencia, para que nuestros hijos puedan jugar en la calle juntos, aunque cada uno de ellos, en su corazón, dé un nombre diferente a su Dios.

Esta noche, rezaré por ti. Y lo haré bajo el cielo, elevando mi mirada hacia la bóveda estrellada de la catedral más hermosa, de la mezquita más majestuosa, del más soberbio monasterio... la única construcción que levantó Alláh, sin muros y sin puertas, donde cada ser humano es acogido y bendecido, donde cada persona puede inclinarse ante Él, o postrarse ante Él, o-sencillamente- pueda, sentarse a llorar y a recordarte.

Que tu Amado Alláh, Grande y Misericordioso, te acoja en su Jardín, querido Mansur Abdussalam Escudero.
En mi corazón, cristiano, estarás siempre, siempre.