Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


La niña que soñaba en tecnicolor

Conocí a una niña que soñaba. Soñaba con ser princesa, con volar como las mariposas, con nadar bajo las aguas con su cola de sirena...

Cuando creció, siguió soñando con un mundo de calmas y atardeceres, de anémonas, margaritas y bosques encantados.
Compartió sus sueños con todo aquel que se acercaba a ella y cogiéndole de las manos lo acercaba hasta el umbral de sus sueños de colores, de montañas verdes, de lagos azules, de mares esmeraldas profundos e infinitos.

El único cambio significativo que se produjo en sus sueños fue que, con el tiempo, ya no solo quería volar como las mariposas y quiso imaginarse Juan Salvador Gaviota para poder volar más lejos, más lejos, más alto, más alto,... más allá de los mares y los cielos azules e infinitos.
Y así, desde esa nueva perspectiva, observó como el paso tiempo seguía dibujando sus sueños de muchos  más colores, y descubrió nuevos horizontes con bosques, lagos, mares y desiertos, pájaros, peces, flores y gentes de todos los colores. Y la libertad. Y el amor. Y la consciencia.

Hoy he tenido noticias de aquella niña que creció y que, finalmente, despertó de sus sueños de colores. La despertaron gentes que nunca soñaron, y gentes que una vez soñaron y fueron despertadas bruscamente por las gentes que nunca sueñan.
Su mundo de arcoíris se llenó bruscamente de sombras grises, mares grises, cielos grises y bosques grises; todos sucios y maltrechos a causa de las gentes grises que nunca supieron soñar en colores.

Hoy fui a buscar a aquella niña que soñaba para tomarla de la mano, para mostrarle esos mundos quiméricos y luminosos que todavía existen mucho más allá de las sombras, pero la encontré cansada, muy cansada. Su mirada era triste y sus ojos ya no reflejaban el azul del mar, el verde de los bosques, ni las anémonas y los desiertos policromados.

Quise cogerla de la mano y tirar de ella, pero no pude. Quise hablarle de las gentes de colores que sueñan todavía con mundos de colores, de la libertad, del amor, pero no me escuchaba.

Todo cuanto pude hacer fue dejarla allí, buscando la caricia de las olas, con la mirada perdida en los espacios infinitos que una vez surcó creyéndose Juan Salvador Gaviota.


He decidido dejarla descansar.
Tal vez, en su soledad, consiga dormir y despierte con nuevos sueños dibujados en sus pupilas y nuevos deseos de volar como las gaviotas, de surcar los mares como las sirenas, de caminar sobre la tierra cogida de mi mano y de la mano de aquella gente que hoy, todavía, sigue soñando en tecnicolor.

Por favor, no hagáis ruido. Dejadla dormir.


CONFESIONES ENTRE LUCES Y SOMBRAS


Inicié este blog en un momento de mi vida en que me giré hacia dentro de mí misma. Todo a mi alrededor me indicaba que era la hora del silencio, o al menos así lo interpretaba yo. Tenía la sensación, a veces la evidencia, de que mis palabras atravesaban vacíos para volverse contra mí como cuchillos afilados.
Para mi fue todo un reto, un enorme y difícil desafío, perder el  miedo a comunicarme y a compartir con seres invisibles y desconocidos lo que no podía, o quería, o debía,  compartir con mi propia gente.

Fue uno de los momentos más duros de mi vida, en los que todo se tambalea  y acaba derrumbándose bajo tus pies:  la confianza en los demás y, sobre todo, la confianza en mí misma. Así acabé intentando aislarme de un mundo al que dañaba y me dañaba, intentando entender qué había ocurrido, buscando porqués y navegando entre sombras, entre las  propias sombras de mi alma, hasta empezar a atisbar y a comprender que dentro de mí no solo había crepúsculos y oscuridad, sino también luminosos amaneceres de una luz cegadora.

Aquello estuvo bien, como todo lo que nos pasa en la vida, y cuando miras hacia atrás te das cuenta de que hasta lo peor de lo que has vivido, de lo que has sentido, era necesario para seguir caminando hacia la luz cada vez más brillante que te sigue indicando la dirección  correcta en medio de la encrucijada.
Y solo tienes la certeza de que esa es la dirección acertada cuando, un pie tras otro, consigues retomar tus  pasos, desde la calma y la armonía, contigo misma, con los demás y con el mundo.

Dejamos cosas que amamos en el camino, es verdad. Dejamos cosas que creíamos  imprescindibles hasta para respirar. Dejamos cosas que tal vez seguimos añorando desde la distancia de los pasos recorridos desde aquel momento en que las soltamos. Desapegarte de las cosas que más amas, que te mantienen en pie, es lo más duro, al menos para mí.

Pero cuando te tambaleas sin ellas y descubres que puedes retomar el equilibrio y seguir caminando, comprendes que no hay nada, sino nuestra propia voluntad, nuestra propia consciencia, capaz de mantenerte en completa armonía con la vida. Lo demás no son sino regalos que la vida nos ofrece a cada instante. Regalos que se disfrutan y te enriquecen. Regalos que se desgastan, que se pierden, que se marchitan como las flores, o que a veces incluso se mantienen frescos en el tiempo y en el espacio que dura nuestro viaje.
Ofrendas de la Vida que nos brinda a cada instante y que también aprendí a aceptar y a disfrutar,  con alegría y gratitud.

No sé que me deparará  hoy el día, pero, de momento, mis dedos se deslizan sobre este teclado, mientras por mi ventana entra la luz gris de este día de marzo, y vientos que arrastran semillas de margaritas y amapolas que pronto veré crecer sobre los campos.

En esta mañana, llena de promesas, todavía no sé cuales se verán cumplidas, pero tan solo la oportunidad de poderla vivir ya me hace sentir agradecida y alegre.
Alegre, alegre, alegre... y agradecida.