Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Desenvolviendo regalos


Querido mundo virtual, hace tres meses que no me asomo a esta ventana para dejar que vuele a través  de ella mi propio universo interior.

En muchos momentos sentí la necesidad de hacerlo pero la pantalla en blanco del ordenador era un obstáculo a saltar demasiado grande para mi y las manos se me bloqueaban sobre el teclado.
Pero que me cueste tanto abrir mi corazón y mis pensamientos para darles una forma concreta y ordenada no significa que durante este tiempo el mundo se haya detenido para mi, como no se detiene para nadie.

Asimilando cambios, asentando transformaciones, caminado en medio de un inmenso cambalache, terminó el invierno y se abrió nuevamente mi ventana a la primavera.
 Convencida como estoy de que la vida nos somete a prueba de manera casi constante, intento ir superándolas  una a una, haciendo una criba de aquellas con las que quiero quedarme y abriendo la mano para que vuelen las que me hicieron daño.

Tal vez lo más significativo sea que, tras decepciones  y adioses, asimilé de una vez por todas que ambas cosas las forjo yo misma, que esperar de los demás es algo que una se inventa y medir lo que recoges es una barbaridad.

Con algún que otro vacío en el ama, avanzo por la vida aferrándome a lo que cada día me trae, deshaciendo los lazos de mis paquetes de regalo, desenvolviendo sonrisas y abrazos, guardándome los “tequieros” y  dejando volar los silencios y la nostalgia de aquello que fue y ya no es, de lo que creí que era pero no existió, o de lo que pudo ser y, tal vez, nunca será.

De mi mundo de silencios me rescataron de vez en cuando mis amigos, entre risas y confesiones, entre abrazos y lágrimas; corazones abiertos de par en para por los que he podido colarme de vez en cuando y acurrucarme en ellos. Largas madrugadas de gestos y miradas, de palabras vivas, de tristezas infinitas, de esperanzas renovadas, de ternura, de amor.

Soltar lo que no es y abrazar con gratitud lo que tengo, ese es mi ejercicio permanente y disciplinado en esta etapa de mi vida.
Dejar de construir sueños lejanos y construir mi sueño cotidiano cada mañana. Abandonar desordenadamente mis papeles  y recolocar en su sitio el corazón de mi gente, que no necesita de carpetas ni archivadores

Dejar de centrarme en un mundo al que tuve la osadía de pretender salvar desde mi mesa de trabajo o desde los atriles de mis discursos, para observar detenidamente otros mundos más cercanos que permanecen atascados en el miedo, en el dolor, en la desesperanza.

No he dejado de mirar ese mundo herido de muerte, ese Planeta Tierra que llora, pero he entendido que nunca fui una heroína con la palabra, que la auténtica heroicidad está en avanzar cada día de manera coherente,  sembrando esperanza y confiando que con la lluvia germinen campos enteros de anhelos y certezas. No basta con reclamar la paz si primero no la construyo en mi  propio corazón. Tarea ardua, pero rentable.

Retomar mi camino hacia Itaca, fijando mi rumbo en cada ola del mar, en cada encrucijada de caminos, sin importarme donde está esa puñetera isla a la que jamás llegaremos nadie, pero que nos sigue esperando, altiva, lejana, con sus encrucijadas de mares y de senderos, llenos de aventuras , de esfuerzos y de recompensas.

Seguir confiando en la vida, siempre, siempre. y abrir la ventana a la nueva primavera deshaciendo los lazos y desenvolviendo regalos.

Ahí andamos...