Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


BRINDIS POR EL NUEVO AÑO

Mi brindis de Año Nuevo es PARA QUIENES MÁS LO NECESITAN:

Para los tristes y necios Hombres de Gris que olvidaron sus sueños y pretenden arrebatarnos los nuestros. 


Espero que el Nuevo Año los llene de bendiciones, que rescaten al niño que siguen llevando dentro, desempolven su corazón y recuperen la humanidad. 

Amén.

EL GRIS NO ES MI COLOR Y NO PIENSO PEDIR PERDÓN


Últimamente siento más a menudo una especie de necesidad de justificarme ante los demás que me tiene absolutamente desquiciada.

A veces todo es gris en mi casa, en el trabajo, en la cola del supermercado o en la barra del bar; también cuando conecto el ordenador, hago un click en la tele, o se dispara la radio del coche. Todo, todo es gris, porque vivimos inmersos en un mundo completamente enloquecido, injusto y cruel, ahogándonos en un entorno de desconcierto y desesperanza.

Pero yo amanezco cada día corriendo hasta la ventana, ensayando la primera sonrisa de las que el nuevo día me tiene reservadas.
Me siento cansada de justificarme por ello frente a los que constantemente se rasgan las vestiduras, enmudecen y esperan a que alguien venga con la varita mágica a sacarnos de las tinieblas, a convertir nuestra mañana gris en futuro luminoso.

Los hombres grises, con corbatas grises, maletines grises y corazones grises, nos lo están robando todo, y se ganan perfectamente su abultado sueldo haciendo su trabajo de manera intachable, esto es, sembrando la desesperación y el miedo.

Y nosotros seguimos allanando su camino, amarrándonos a lo poco que nos va quedando, asumiendo que no podemos hacer nada por evitarlo, y mirando horrorizados a los desahuciados, a los que hacen colas en los comedores públicos, a los inmigrantes moribundos a los que se les niega el fármaco que alivie su dolor...,  pero cada vez más amarrados a lo nuestro y más temerosos de perderlo, escuchando cada informativo de cada día, con el temor de que hoy nos toque a cualquiera de nosotros.

En las mentes retorcidas  de los necios que nos dirigen se fraguan los planes perfectos para que no los molestemos en su tarea de enriquecerse, y nos manipulan, nos atemorizan, y nos convencen de que todo este sin sentido es necesario y es bueno para nosotros. Por todo ello, agachamos la cabeza, murmuramos por lo bajo, pero seguimos justificando a quienes nos lo roban todo, hasta la dignidad.

Y el Primer Mundo que emergía orgulloso sobre el bien y  sobre el mal, esquilmando, arrasando, despojando de todo y volviendo la espalda a los del Tercero, hoy se aletarga sobre sí mismo, con miedo a que aquello que les robamos ayer, hoy, los hombres grises, nos lo roben a nosotros.

Ahora toca tener miedo, y compartir nuestra indignación con el amigo, con el frutero, o con el vecino en el ascensor..., eso si, por lo bajito, no sea que nos escuchen los hombres grises y censuren nuestro temor, nuestra rabia  y nuestra desesperanza, porque a estos hay que decirles que los entendemos y que los apoyamos ¡Faltaría más!

Pero yo, cada mañana, amanezco en mi ventana, con la primera sonrisa. Y dedico mi primer pensamiento a la luz y al horizonte que se abre ante mí. Mirando hacia el sur, envío mi amor, volando en otra sonrisa, a los amigos que imagino todavía dormidos junto a las dunas del Sáhara.
Agradezco cada gota de agua que resbala por mi cara mientras me ducho y, con un millón de sonrisas ya inventadas, me enfrento al mundo que me espera, más allá de las paredes de mi casa.

Mi propósito es no dejarme abatir por la desesperanza,  no permitir que me roben la energía y las ganas de vivir aquellos que siembran el dolor y la injusticia, ni quienes  murmuran indignados su aluvión cotidiano de quejas,  pero a los que  el miedo o la codicia  les convierte en cómplices de quienes los esquilman.

A estas alturas, estoy cansada de justificar mis ganas de seguir caminando en busca de gente que aún sonría, que se siente a escribir un poema, que se reinvente con cada ola de mar al atardecer, que apriete la mano del desesperado y estire de él, fuerte, muy fuerte.

No quiero seguir justificando ante los hombre grises, ni ante sus víctimas, mis ganas de vivir; de la misma manera que no pienso seguir justificando mis ganas de luchar ante quienes se quedan en casa mientras yo peleo, y que, al día siguiente, reprenden con sarcasmo mi  espíritu de lucha y continúan quejándose de todo,  sin hacer nada,  sentados en la barra de un bar.

Repito mil veces lo mismo de siempre, que yo elijo hasta donde llega su poder en mi, y jamás les voy a otorgar el poder de robarme la esperanza, ni la primera sonrisa cotidiana, ni mi primer pensamiento repleto de gente a la que quiero.

¡Se acabó! Hoy he decidido que voy a dejar de pedir perdón por  mi rebeldía; de aclarar que verdaderamente me importa mucho lo que ocurre, aunque  huya  veloz de las quejas interminables de los unos, en busca de la sonrisa esperanzada de aquellos que siguen su pelea cotidiana contra la necedad que nos rodea, con valentía y con generosidad, con la convicción de que el poder sigue siendo nuestro, que tenemos que usarlo sin miedo, con empuje, hasta el último aliento.

No voy a pedir perdón por que cada día amanezca con un íntimo deseo de vivir, de rebelarme ante lo gris, de luchar por no convertirme en cómplice de los necios, ni por que de mis labios broten más poemas que lamentos.

No voy a pedir perdón  por intentar no volver la espalda a quienes sufren, por intentar tirar de ellos con todas mis fuerzas, ni porque, a falta de pan, comparta con ellos versos de luz y de esperanza.

No voy a pedir perdón, no.

Os espero mañana, al amanecer, más allá de mi ventana, con la primera sonrisa del día