Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


SE NOS ACABA EL TIEMPO.


El tiempo transcurre inexorable y cada vez a mayor velocidad y no quiero malgastarlo desalentándome por ello, ya que el tiempo seguirá transcurriendo inexorablemente y cada vez a mayor velocidad.

Elijo,  pues,  abrir mis ojos y exprimir cada instante que la vida me regala.
No me permito quedarme sentada junto a la ventana viendo cada atardecer pensando que es otro menos y añorando los que ya pasaron, cuando la verdad  es que, justamente, éste es el más importante de todos los vividos, ya que es el que realmente evidencia que estoy viva y que estoy aquí.

No quiero malgastar el tesoro de la vida, acumulando tiempo muerto en la biografía de mi alma cuando todavía sigo viva.

¡Claro que sé que el tiempo se agota! Y así empezó siendo desde el mismo día en que nací, así era cuando construía mis castillos en la playa, así cuando me enamoré tantas veces, así cuando trazaba tantos planes de futuro desde aquella atropellada juventud que brotaba por cada poro de mi piel. Pero entonces no me planteaba que el tiempo pasa rápido, sino que vivía como si todo fuera  para siempre.

Y, sin embargo, el tiempo podría haberse esfumado detrás de cualquier risa, de cualquier pupitre, de cualquier castillo de arena junto al mar. Pero no era consciente de ello, tan solo, era consciente de cada momento que vivía.
Me gusta mirar hacia atrás de vez en cuando, porque mi experiencia vital es mi mayor erario para seguir caminando y, de tanto en tanto, está bien refrescar la memoria  y recolocar las cosas. Pero no quiero anclarme en el pasado que tanto me dio  y tanto me enseñó, sino apoyarme en él para tomar impulso desde donde estoy. 

Vivir el presente, sin tiempo, sin esperar mucho más del futuro que lo que nos aguarda en el instante siguiente. Evidentemente, no puedo evitar ir siempre un paso más allá; no puedo evitar hacer planes para futuros un tanto más lejanos, pero intento que esos proyectos jamás se conviertan en una venda  alrededor de mis ojos que me impida ser consciente del momento presente.

No sé por cuantos instantes permaneceré aquí,  pero pienso vivir cada uno de ellos. Y no quiero vivirlos como si fueran el último, eso jamás.  Quiero vivir cada uno como si fuera el que es,  el de ahora,  el de este momento.

Si pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor, o paso mis días haciendo planes para un futuro que ni siquiera sé si llegará,  me pierdo la magia de este tiempo en el que cada día amanezco a la vida nuevamente.
Lo mejor está por llegar... tal vez.  Aunque creo que lo mejor es,   sencillamente,  ser consciente de mi  Ahora.



No quiero desperdiciar mi tiempo pensando en que se me acaba.
La vida es tan solo un instante construido por instantes cotidianos. Y en ese momento fugaz, hasta caben los sueños.

Por eso, labro cada uno de esos momentos con un sueño en la mirada, sabiendo que, de hacerse realidad, será también instante a instante, con cada parpadeo, y desde el presente.

Eso aprendí. Y no quiero ser tan estúpida como para olvidarlo.

DESDE LA GALAXIA A LA QUE PERTENEZCO...


Seguramente alguien se habrá sentido como yo en este momento: un diminuto puntito en el universo, prácticamente estático, donde muchos de aquellos que me son importantes giran a mi alrededor con un futuro incierto.

Me siento como una observadora  que asiste impotente a los acontecimientos que van sucediendo a la gente que yo más quiero, incluso a los sueños que construimos en común y que la vida parece empeñarse en ir desmoronando poco a poco.

La tan manida crisis económica es el eje principal de los avatares de muchos ellos, los problemas de salud el de los otros. A veces me siento cansada y me derrumbo, triste, impotente, con la amarga sensación de no saber que hacer para tender una mano útil... Luego reacciono y pienso que no tengo derecho a sentirme abatida, que si alguien tiene algún derecho a pedirle cuentas a la vida y a enfadarse con ella,  es la gente que verdaderamente está sufriendo en sí misma los problemas y las dificultades.

Pero lo cierto es que mi entorno y yo somos la misma cosa y, en la distancia, no soy un puntito rodeado de estrellas, sino que somos un único organismo vivo en todos los sentidos, como una galaxia  en la que aquello que ocurre en uno de sus extremos afecta  a todo cuanto existe en el otro.

Y es así  como el difícil día a día de unos dificulta también mi día a día, y el incierto futuro de otros convierte en incierto mi futuro.

Un futuro incierto que todos tenemos siempre, desde el momento en que nacemos. Un futuro que, a veces, nos parece perfectamente estructurado y sólido, pero que no es más que una estúpida y errónea visión de la vida que, sin previo aviso, es capaz de dar un giro de 180 grados en un solo instante.

Sé lo que tengo en este momento, sé donde está cada persona a la que amo y sé como se siente.  Conozco cada cosa que yo tengo, cada libro de mi biblioteca, el teclado de mi ordenador, y las  ventanas por donde puedo asomarme cada día a ver el atardecer.
Pero no puedo olvidar nunca que cualquiera de esas cosas que ahora tengo, tal vez mañana, o dentro de un instante,  hayan cambiado de lugar o ya no existan..

Lo único que nos queda es  valorar aquello que tenemos en este momento, disfrutarlo y agradecerlo profundamente, y seguir confiando en la Vida porque, de la misma manera que de un plumazo nos arrebata aquello que más amamos y nos dificulta el camino hacia adelante, también nos abre otras puertas y nos colma de regalos y  sorpresas hermosas.

Llegado al punto en que me encuentro en este instante, tan solo me queda confiar en que por las ventanas abiertas a la Vida de la gente que amo, ella seguirá entrando a raudales, de una manera u otra, que seguirá dejando su estela de luces y de sombras, y que algo nuevo ocupará el lugar de lo que perdieron.

Y seguir agradeciendo que, al fin y al cabo, esa galaxia de la que formo parte, aunque un tanto  aturdida, sigue girando en espiral por el universo, viva y luminosa. 


AÑO NUEVO. RECOMENZAR SIN RENCOR


Estrenamos año y una nueva ramita de muérdago cuelga sobre mi puerta.

La navidad supuso, en cierta medida, una tirita colocada sobre mis heridas, con urgencia, torcida, entre copas de cava y mazapanes, luces en el árbol y reuniones con gente amada. 

Indudablemente, el año que se ha ido ha sido nefasto en casi todos los sentidos y para casi todo el mundo 

En él descubrimos con espanto que aquello que les veníamos robando al Tercer Mundo con la complicidad de las élites políticas y económicas, nuestros mismos  aliados nos lo quitan de las manos y lo guardan en sus bolsillos con el mayor de los descaros mientras nos culpan a nosotros, incrédulos ante tanta desfachatez. 

El año en que confirmamos que el Estado y las instituciones democráticas se reducen a una simple pantomima. 

El año en que prevaleció la mentira, el abuso, la injusticia, la pérdida de derechos y libertades, la necedad de tantos, el letargo de muchos y la impotencia de otros. Y, también, nuestra necesidad de batallar, repartir, compartir y ayudar, frente a la incapacidad para llegar a más. 

A nivel personal ha sido un buen año; un año en el que fueron cristalizando cosas que todavía andaban por dentro difusas y difuminadas.  Conseguí darles una forma tangible y un color consistente. Y un aroma de paz que ha impregnado mis días y mis noches. 

Muchas veces me he visto, sorprendida, observando “mi obra”, contenta, después de estar tanto tiempo trabajando en ella. Sé que está inacabada, porque este trabajo no termina nunca y de vez en cuando te sigues descubriendo manchas en el alma sobre las que frotar, y recuerdos, sentimientos, emociones y heridas que, de vez en cuando, afloran en todo su esplendor de caos y confusión, haciendo que todo se tambalee de nuevo. En ello ando, con el estropajo y la bayeta, limpiando lo que me sobra e intentando sacar brillo a lo que vale la pena conservar. 

He ido creando un mundo nuevo sobre el que volver a levantarme después de haber caído, hace tiempo, en un agujero profundo y oscuro, donde tan solo descubría sombras y en el que los sentimientos que me sobrevolaban eran el de la decepción, la frustración, la culpabilidad por sentirlos, la inseguridad y el miedo. 

Pero de todos mis pecados, hay uno del que me eximo: la capacidad para el rencor. Y lo sé porque el rencor genera la necesidad del desagravio, incluso deseos de resarcimiento y de venganza. Y nunca sentí ni una cosa ni la otra hacia quienes me hicieron daño. Tal vez sí hacía mi misma, es cierto, pero también aprendí a perdonarme. 

La noche de fin de año, cuando quemé el muérdago que había colgado sobre mi puerta durante todo el año que se iba, quemé junto a él lo peor de esos meses. Y fueron dos cosas: una me la guardo para mí y para el cosmos, pero la otra era esta, la incapacidad para la compasión y el perdón de tanta gente y la habilidad para recrearse en el rencor, justificándolo de mil formas posibles. 
 Nada bueno puede construirse sobre esos sentimientos que siguen envolviendo nuestra vida en muchos de sus ámbitos. Por mucho que intento sacar mi escudo protector, esos sentimientos que me llegan desde fuera lo atraviesan y me impiden avanzar en la misma medida que les impide avanzar a quienes los sienten, y me dañan en la misma medida que los dañan a ellos. 

Me gustaría, más que ninguna otra cosa, que este fuera el año del perdón y la compasión; del trabajo personal y en equipo, sin desafíos, discordias, enconos, ni resentimientos. Del espíritu de lucha y de superación, desde una base sólida de justicia y no de necesidad del desagravio; de concordia y no de desunión. 

Un año para la lealtad y la hermandad, sin etiquetas grapadas en la frente del otro. Un año para mirarse a los ojos y ver más allá de ellos. 

Y, cansada también de dar explicaciones de lo que considero obvio, espero que también sea un año en el que nadie me recrimine por sentir así. 



Por todo ello, levanto mi copa y brindo con vosotros. 


Y porque instante a instante construimos el futuro. ¡A por él!