No, yo no vivo en una nube. Camino con paso firme, con los
pies en la tierra. Aprendí a imaginarlos echando raíces en ella, con cada uno
de mis pasos.
Y camino siempre por la vida con los ojos abiertos. Observo
lo ocurre a mi alrededor, lo que leo en la prensa, lo que le sucede a la gente.
Escucho lo que me dicen y, a veces, hasta intuyo lo que callan. Y trabajo, y
combato, y me canso, y me caigo, y me dañan ...
Proceso mecánicamente todo ello en mi interior y, a menudo,
acabo mimetizándome con la impotencia y con la rabia, con la desesperanza y la tristeza. Y, sobre
todo, con el miedo. Y me repliego silenciosa sobre mi misma, temerosa y
cansada, o dejo que salga a borbotones toda mi rabia reconvertida en ira.
Hasta que, súbitamente, me observo a mi misma y tomo
consciencia de cómo camino por la vida en esos momento: con la cabeza baja,
mirando al suelo y con la sensación de llevar colgada sobre mi espalda una
mochila llena de piedras, que es en lo que se convierten todos esos sentimientos
que me provoca la “realidad” cotidiana. Bajo su peso, mis pasos se ralentizan,
incluso el miedo me paraliza. Y siento que me falta el aire, me falta el aire,
me falta el aire....
Pero cuando estas sensaciones amenazan con asfixiarme, todavía soy capaz de remontar el vuelo.
Y con la lágrima en la mejilla, intento forzar tímidamente
una sonrisa. Y, aún sin ganas, doy el paso hacia adelante. Y es entonces cuando
el milagro se produce, porque el siguiente paso ya va solo, porque la sonrisa
ya brota espontánea y, poco a poco, mi
mochila se va volviendo ligera, como si estuviera, tan solo, llena de viento.
Ser consciente de que ese milagro se sucede una y otra vez,
es lo que me ha permitido desde hace tanto tiempo aguantar el tipo cuando todo
se derrumba, y salir de entre las ruinas con paso firme y decidido, con el pelo
y el alma despeinándose al viento.
Todavía soy, todavía estoy, todavía es tiempo de seguir
caminando, con paso firme, sintiendo mis pies enraizados a la tierra, sintiendo
el cielo infinito que me protege y libera, con sus luces y sus sombras, sus
estrellas y sus nubes.
Convirtiendo cada piedra de mi mochila en una oportunidad
para mí y para quienes caminan a mi lado. Las oportunidades no pesan, son tan
solo brisa fresca que nos empuja por caminos nuevos.
Todavía soy, siempre lo he sido, y seguiré caminando por la
Vida. Siendo.
Soy libre de elegir y
esto es lo que quiero, seguir caminando. Porque, además, no hay otra manera de
andar que no sea con la mirada en el futuro, los pies anclados sobre la tierra,
el alma al viento y el corazón lleno de gratitud.
Yo no vivo en una nube. Sencillamente, estoy viva.