Querido mundo virtual, hace tres meses que no me asomo a
esta ventana para dejar que vuele a través de ella mi propio universo interior.
En muchos momentos sentí la necesidad de hacerlo pero la
pantalla en blanco del ordenador era un obstáculo a saltar demasiado grande
para mi y las manos se me bloqueaban sobre el teclado.
Pero que me cueste tanto abrir mi corazón y mis
pensamientos para darles una forma concreta y ordenada no significa que durante
este tiempo el mundo se haya detenido para mi, como no se detiene para nadie.
Asimilando cambios, asentando transformaciones, caminado en
medio de un inmenso cambalache, terminó el invierno y se abrió nuevamente mi
ventana a la primavera.
Tal vez lo más significativo sea que, tras decepciones y adioses, asimilé de una vez por todas que
ambas cosas las forjo yo misma, que esperar de los demás es algo que una se
inventa y medir lo que recoges es una barbaridad.
Con algún que otro vacío en el ama, avanzo por la vida
aferrándome a lo que cada día me trae, deshaciendo los lazos de mis paquetes de
regalo, desenvolviendo sonrisas y abrazos, guardándome los “tequieros” y dejando volar los silencios y la nostalgia de
aquello que fue y ya no es, de lo que creí que era pero no existió, o de lo que
pudo ser y, tal vez, nunca será.
De mi mundo de silencios me rescataron de vez en cuando mis
amigos, entre risas y confesiones, entre abrazos y lágrimas; corazones abiertos
de par en para por los que he podido colarme de vez en cuando y acurrucarme en
ellos. Largas madrugadas de gestos y miradas, de palabras vivas, de tristezas
infinitas, de esperanzas renovadas, de ternura, de amor.
Soltar lo que no es y abrazar con gratitud lo que tengo, ese
es mi ejercicio permanente y disciplinado en esta etapa de mi vida.
Dejar de construir sueños lejanos y construir mi sueño
cotidiano cada mañana. Abandonar desordenadamente mis papeles y recolocar en su sitio el corazón de mi
gente, que no necesita de carpetas ni archivadores
Dejar de centrarme en un mundo al que tuve la osadía de
pretender salvar desde mi mesa de trabajo o desde los atriles de mis discursos,
para observar detenidamente otros mundos más cercanos que permanecen atascados
en el miedo, en el dolor, en la desesperanza.
No he dejado de mirar ese mundo herido de muerte, ese
Planeta Tierra que llora, pero he entendido que nunca fui una heroína con la
palabra, que la auténtica heroicidad está en avanzar cada día de manera
coherente, sembrando esperanza y
confiando que con la lluvia germinen campos enteros de anhelos y certezas. No
basta con reclamar la paz si primero no la construyo en mi propio corazón. Tarea ardua, pero rentable.
Retomar mi camino hacia Itaca, fijando mi rumbo en cada ola
del mar, en cada encrucijada de caminos, sin importarme donde está esa puñetera
isla a la que jamás llegaremos nadie, pero que nos sigue esperando, altiva,
lejana, con sus encrucijadas de mares y de senderos, llenos de aventuras , de
esfuerzos y de recompensas.
Seguir confiando en la vida, siempre, siempre. y abrir la
ventana a la nueva primavera deshaciendo los lazos y desenvolviendo regalos.
Ahí andamos...