Inicié este blog en un momento de mi vida en que me giré
hacia dentro de mí misma. Todo a mi alrededor me indicaba que era la hora del silencio, o al menos así lo
interpretaba yo. Tenía la sensación, a veces la evidencia, de que mis palabras
atravesaban vacíos para volverse contra mí como cuchillos afilados.
Para mi fue todo un reto, un enorme y difícil desafío,
perder el miedo a comunicarme y a
compartir con seres invisibles y desconocidos lo que no podía, o quería, o debía, compartir con mi propia gente.
Fue uno de los momentos más duros de mi vida, en los que
todo se tambalea y acaba derrumbándose bajo
tus pies: la confianza en los demás y, sobre todo, la confianza en mí misma.
Así acabé intentando aislarme de un mundo al que dañaba y me dañaba, intentando
entender qué había ocurrido, buscando porqués y navegando entre sombras, entre las propias sombras de mi alma, hasta empezar a atisbar
y a comprender que dentro de mí no solo había crepúsculos y oscuridad, sino también
luminosos amaneceres de una luz cegadora.
Aquello estuvo bien, como todo lo que nos pasa en la vida, y cuando miras hacia atrás te das cuenta de que hasta lo peor de lo que has
vivido, de lo que has sentido, era necesario para seguir caminando hacia la luz
cada vez más brillante que te sigue indicando la dirección correcta en medio de la encrucijada.
Y solo tienes la certeza de que esa es la dirección acertada
cuando, un pie tras otro, consigues retomar tus
pasos, desde la
calma y la armonía, contigo misma, con los demás y con el mundo.
Dejamos cosas que amamos en el camino, es verdad. Dejamos
cosas que creíamos imprescindibles hasta
para respirar. Dejamos cosas que tal vez seguimos añorando desde la distancia
de los pasos recorridos desde aquel momento en que las soltamos. Desapegarte de
las cosas que más amas, que te mantienen en pie, es lo más duro, al menos para
mí.
Pero cuando te tambaleas sin ellas y descubres que puedes
retomar el equilibrio y seguir caminando, comprendes que no hay nada, sino nuestra
propia voluntad, nuestra propia consciencia, capaz de mantenerte en completa
armonía con la vida. Lo demás no son sino regalos que la vida nos ofrece a cada
instante. Regalos que se disfrutan y te enriquecen. Regalos que se desgastan,
que se pierden, que se marchitan como las flores, o que a veces incluso se
mantienen frescos en el tiempo y en el espacio que dura nuestro viaje.
Ofrendas de la Vida que nos brinda a cada instante y que
también aprendí a aceptar y a disfrutar,
con alegría y gratitud.
No sé que me deparará
hoy el día, pero, de momento, mis dedos se deslizan sobre este teclado,
mientras por mi ventana entra la luz gris de este día de marzo, y vientos que
arrastran semillas de margaritas y amapolas que pronto veré crecer sobre los
campos.
En esta mañana, llena de promesas, todavía no sé cuales se
verán cumplidas, pero tan solo la oportunidad de poderla vivir ya me hace
sentir agradecida y alegre.
Alegre, alegre, alegre... y agradecida.