Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Cuando ellos están ahí. Amigos

Hace un par de años inicié una nueva etapa de mi vida, intensa y un tanto extraña. La verdad es que cuando parece que ya te quedan pocas cosas nuevas por experimentar a nivel de emociones, sentimientos y vivencias, te das cuenta de que la vida es un constante ir y venir, un fluir permanente de experiencias nuevas que te siguen sorprendiendo a cada paso y te hacen descubrir nuevos recovecos en lo más hondo de ti misma, por donde nunca te habías adentrado.

Sin ninguna duda, lo más sorprendente para mí y lo que más me ha marcado estos últimos meses, ha sido el ver como se tambaleaban bajo mis pies algunos de los cimientos sobre los que había construido mi vida. Aprender a caminar por la vida guardando silencios, practicando el oficio de soltar algunas de las cosas  a las que me había ido aferrado sin darme cuenta, y aceptar su pérdida.

Tengo que reconocer que he llorado mucho en estos meses y que tuve que aprender a vivir con muchos miedos nuevos que nunca había experimentado, y aprender a enfrentarme a ellos para seguir caminando.

A veces me tambaleaba y, cuando estaba a punto de caer, conseguía abandonarme a la vida, acallar mi mente, incluso ir más allá del corazón, más allá de mí misma, más allá del más allá. Entonces me sentía renacer y el único sentimiento que me embargaba era el de la profunda gratitud a la Vida por su infinita generosidad.

Voy, vengo, vengo, voy..., hoy me pierdo, mañana me encuentro y me vuelvo a perder...

Pero anoche, renacida una vez más entre los brazos de mi gente, reconociéndolos y reconociéndome en la frescura de nuestras risas, en nuestras miradas cubiertas por los mismos sueños de siempre, y en nuestra íntima confianza y certeras lealtades, corrí a perderme a solas en el silencio del bosque.

Bajo un cielo plagado de estrellas, en la soledad de la montaña, volví a agradecer a la vida por tanto y tanto. Y, mirando ese cielo, volví a recocer en cada estrella a cada amigo y en cada amigo, cada sueño compartido y cada abrazo.

 

Estamos solos, es verdad. En el fondo, todos lo sabemos. Pero qué dulce es saber que aunque caminamos solos siempre hay una estrella que te guía y un amigo que te abraza y sueña contigo.

Y, de repente, ya no tienes miedo. Tan solo, esa infinita gratitud que aletea con cada latido de tu corazón y con cada bocanada de aire que respiras.