Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


El duende del sombrero con cascabel.

El otro día hablaba de la inmensa gratitud con que recibo lo que la vida me regala a cada instante.

Yo no recuerdo el momento en que él se cruzó en mi camino, pero fue otro de esos regalos que no te esperas, que a veces piensas que no te mereces, pero que con tanta generosidad la Vida ha dejado en la puerta de tu casa silenciosamente, sin que tú te des cuenta.
En este caso, el regalo venía envuelto con un lazo de muchos colores y, al tomarlo entre las manos y agitar la caja, pude escuchar el mágico sonido de algo que no acababa de identificar, entre las campanillas y los cascabeles.

Desde ese momento, a lo largo de los años, he ido desenvolviendo ese regalo poco a poco. Y, cada vez que retiraba un pedacito de papel, me iba encontrando con una nueva sorpresa.

Aquel regalo envuelto en papeles y cintas de colores, que me sigue ilusionando y sorprendiendo cada día, era él.

Él es el duendecillo travieso que se oculta entre los árboles del bosque con un cascabel en su sombrero y una mirada pícara. Ese que, primero te asusta para conseguir que te detengas, después hace que en tus labios se dibuje la sonrisa, y finalmente sale de su escondite para cogerte de la mano y llevarte a jugar entre los árboles, las flores y las mariposas.

Él es como una luciérnaga en la noche. Cuando todo está oscuro y te esfuerzas por caminar sin tropezar con nada, de repente lo descubres, a la orilla del camino, inmóvil, emitiendo esa luz interior que ilumina la palma de la mano cuando la coges.

Ese es él, ese que camina jugueteando con la vida, iluminando su propio camino con su propia luz interior. Por eso, cuando lo tienes al lado, caminas segura y sin miedo, porque él ilumina el sendero, porque todo es, de repente, hermoso y alegre y esperanzador.

A veces se cansa y se sienta en un rinconcito de su bosque. Y lo ves silencioso y abstraído, un tanto lejano e inaccesible. Pero, cuando lo conoces, sabes que hay que dejarlo, que él está haciendo su trabajo, ese trabajo de mirar hacia adentro, de mirar hacia arriba, de recargar sus mágicas pilas para seguir emitiendo sus sorprendentes sonidos de campanillas y cascabeles y seguir irradiando esa luz que ilumina todo el espacio que lo rodea
Es imposible, imposible del todo, pensar en él sin que una sonrisa se dibuje en tu cara. Imposible.

Pero él no es solo un duendecillo travieso y vivaracho que pasa sus días jugando en el bosque con los pájaros y los ciervos y las mariquitas - y contigo, si es que pasas por allí-
No, ni mucho menos.

Él trabaja, trabaja mucho, y trabaja duro. Él piensa que su bosque es el jardín de juego de todos, y se afana en protegerlo, en mantenerlo limpio, reluciente. Recoge sus basuras, planta nuevos árboles y cuida de todo lo que el bosque guarda en sus entrañas como si de su propio interior se tratara.

Y luego se coloca en la puerta del bosque y llama a gritos a todo el mundo para que entre a jugar en él. Y le gusta que todos acudan: los duendes de piel blanca, negra, roja, amarilla o color del chocolate; las hadas que cubren su cabeza con el burka y las que llevan crestas de colores, los gnomos que llegan desde otros lugares lejanos, hablando lenguas extrañas y jugando otros juegos diferentes...

Él los llama a todos, porque todos le gustan, porque con ellos aprende cosas nuevas, porque sabe que el bosque se alegra de albergar en su regazo colores, sonidos y juegos diferentes, igual que ofrece árboles, flores y aromas de especies diferentes.

Cuando algún invitado es en exceso bullicioso o descarado, o juega sin respetar la única norma que existe en el bosque -el respeto a todo y a todos los demás-, él no se enfada mucho, no le grita, no lo castiga; tan solo se va a su rincón, carga nuevamente sus mágicas pilas, y retorna junto a aquellos que rompen la paz y la armonía que reina en el bosque para decirles que también a ellos los quiere, pero que es mejor hacer las cosas de otro modo, e intenta, afanosamente, enseñarles como hacerlo, con una ternura infinita, con una enorme paciencia y con todo el amor del mundo en su mirada

Él también llora, claro. En esos momentos en que se esconde en su rincón, a veces llora. A veces se cansa, a veces tiene miedo, a veces también se siente perdido en el interior del bosque.

Y entonces permanece ahí sentado, inmóvil, silencioso. Cualquiera que le viera pensaría que  ya se le agotó la magia, que se ha rendido, que ya no puede seguir avanzando entre los senderos de flores y mariposas.
Pero no os equivoquéis: Cuando le veáis así, callado, quieto, con la mirada ausente, es cuando él está realizando su mayor esfuerzo y su mejor trabajo

Él sabe como nadie que nunca hay que rendirse, que siempre hay que hacer un esfuerzo más, y otro más. Y en silencio, busca, encuentra y cura la herida que le impide caminar con decisión y le coloca encima una tirita.
Y cuando cierra los ojos, no lo hace para huir de la luz, sino que está mirando hacia adentro, buscando ese punto de luz permanente que alberga su alma y que ilumina su camino y el de todos.

Por eso ahora, cuando el se ha retirado a su rincón, el bosque permanece silencioso, y todos lo seres que alberga nos hemos quedado quietos, expectantes, mirando hacia él. Esta vez su retiro se está prolongando un poquito más y la ausencia de su risa, de su luz y su cordura empieza a hacerse notar en todos nosotros.

Pero sabemos que tarde o temprano abrirá sus ojos otra vez, con una nueva tirita colocada quién sabe donde, con esa sonrisa suya, esa fuerza, esa alegría, esas ganas de cuidar del bosque y mimar a todos los seres que cobija.

Esta vez estamos un poco más impacientes, más inquietos, es verdad. Por eso nos juntamos cada tarde, en el interior del bosque, todos cogidos de la mano, silenciosos, para pedirle a la Vida que le dé un empujón, que lo obligue a despertar pronto; porque lo cierto es que el bosque, el mundo, necesita a rabiar ese punto de luz, ese tintineo de campanas que nadie sabe irradiar y hacer sonar como él.

Él no se puede parar demasiado tiempo, no. Porque no es, ni mucho menos, una exageración decir que el mundo lo espera, lo necesita. Que él se ha convertido en una pieza muy importante de este engranaje que es la Vida equilibrada y armónica en este inmenso y mágico bosque que es su casa, nuestra casa, nuestro mundo.

Todos esperamos su regreso de ese viaje hacia el interior que está haciendo, y unidos más que nunca por el amor y la gratitud que sentimos por él, aguardamos confiados, pero impacientes, a que pronto abra sus ojos, se ponga otra vez de pie y vuelva a darnos sustos asomando su cara sonriente desde detrás de cualquier árbol del bosque y haciendo sonar el cascabel de su sombrero.

Te queremos, amigo. Y te necesitamos. No puedes imaginarte cuánto.
Por favor, vuelve pronto.