Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


EAGLE MAN: un destello de luz desde la reserva Sioux


Ben Black Elk

Eagle Man
  Ahora que ya he dejado pasar un tiempo para que las cosas se vayan asentando, creo que -por fin- puedo expresar desde la calma y la distancia lo que significó para mí conocer y escuchar a ese anciano Sioux Lakota, llegado desde Dakota del Sur, y cuyo nombre, Eagle Man –Hombre Águila- le fue otorgado por el propio Ben Black Elk (hijo del legendario Alce Negro) 

A lo largo de mi vida he conocido, como todos, a mucha gente. Gente de todo tipo, gente comprometida con su entorno y con la sociedad en la que vive, y gente que pasa de todo; gente que vive su momento sin preocuparse de nada más, y gente que vive cada momento preocupándose por todo; gente que no cree en nada, gente que cree firmemente en algo, y buscadores que quieren creer en algo, pero andan rebuscando aquello en lo que creer. Pragmáticos y soñadores. Místicos y prosaicos.

Creo que yo misma a lo largo de mi vida, en un momento u otro, he podido situarme en cualquier lugar de esa amalgama.

Pero si hay algún lugar donde siempre me he sentido cómoda y a mis anchas, ha sido en ese lugar donde he podido olvidarme de mí misma para sentirme parte de algo, parte de todo.
Un lugar que descubrí cuando era apenas una niña, cuando no sabía ni entendía de búsquedas espirituales, ni de encontrar otro sentido a la vida que no fuera vivirla a cada instante y de manera consciente.
Un lugar donde era capaz de trascender de mi misma, sin tener consciencia de que lo estaba haciendo, porque ni siquiera conocía el significado de trascender.

Después llegó la fiebre de la búsqueda, y entonces, buscando, me perdí. Vino la fiebre de buscar sentido a la vida, de entender lo que hay más allá, conocer lo que hay más acá y descubrir lo que hay más allá del acá, quiero decir, dentro de mí misma. La fiebre de ser mejor persona, mejor amiga, mejor ciudadana, mejor, mejor, mejor...

Y así, mientras tanto buscaba dentro y fuera de mi misma, mientras tanto leía, escuchaba, y practicaba, olvidé mis montañas, mis riachuelos, mis árboles; olvidé la caricia del sol en mi piel, el sonido del viento entre las ramas, el canto del ruiseñor y la proximidad del búho, fijos sus ojos en los míos. Olvidé el silencio y la calma, la lejanía del horizonte y la cercanía de la flor y de su aroma.

Olvidé lo que era tumbarme a la orilla de mi lago, o de la mar, y ponerle nombre a las estrellas, el nombre de mis amigos. Si me descuido, cerca estuve de confundir y olvidar lo que es la amistad.

Perdida en mis propias búsquedas y teorías, y en las búsquedas y teorías de los demás, inmersa en la oscuridad más absoluta y totalmente perdida, frustrada, desencantada de todo y de casi todos, tuve la buena estrella de retornar, como la canción, a mi propia inocencia.  
Retornar a la simplicidad, dejar de buscar en los libros, y de escuchar a “sabios” y “maestros”. Dejar de buscar tanto fuera como dentro de mí misma, y limitarme, sencillamente, a abrir los ojos, a darle rienda suelta a mis sentidos y permitirme ver y sentir también desde mi propia alma.

Las cosas son mucho más sencillas, más simples, y mucho más hermosas.
No sé que ocurrirá mañana, cuando muera. Tampoco me sirve lo que los demás crean. Me quedo con las palabras de Eagle Man “sencillamente, acepta el misterio”.

Así es, acepto el misterio de aquello que nunca, nadie, pudo ni podrá explicarme. Ya no quiero seguir buscando más respuestas porque he dejado ya de hacerme preguntas. Y, del mismo modo, acepto el misterio de la vida que me rodea, de mi propia vida, y quiero limitarme tan solo a disfrutarla y agradecerla a cada instante.

Vivimos inmersos en un mundo materialista y, si te alejas un poco de ese camino, no paras de tropezarte con maestros, gurús, chamanes y sucedáneos, que no dejan de ser, en el mejor de los casos, personas como tú y como yo, que creen saber más que tú y que yo, y que esa propia creencia les delata como personas como tú y como yo, solo que un ego que me espanta y me tira para atrás.

Que no. No quiero ser ni más ni mejor de lo que soy, ni saber más de lo que sé.
Solo quiero ser consciente de lo que soy y de aquello que “el gran Misterio” tuvo la generosidad de regalarme.

Jamás un libro, una filosofía, una religión, ni un sabio , ni un maestro, pudo enseñarme más que la caricia del viento templado sobre mi piel.

Y no quiero ser más ni mejor. Solo quiero ser. Ser.
Igual que el viento, las estrellas y el rumor del agua. Y no es que quiera ser como ellos, lo que quiero es seguir siendo con ellos, porque ellos y yo somos Uno y formamos parte de Todo.

Y quiero ser contigo, porque tú y yo somos uno y formamos parte de Todo. No importa como seamos, lo importante es que somos. La flor puede ser azul o roja, o blanca, pero sigue siendo una flor. Igual que tú, igual que yo.


Palabras y símbolos Lakotas trazados por Eagle Man
que conforman el hermoso nombre que me dio:
Mujer Espíritu de los Océanos.

Eagle Man, el anciano Sioux, no es maestro de nada y no cree en nada, salvo en la Vida y, más allá de la vida, acepta el Misterio.

Y cuando una ya empieza a estar de vuelta de todo, hasta el gorro de todo, y se plantea el retorno a la inocencia y a la simplicidad de vivir la Vida como un milagro y un regalo cotidiano, tropezarse con él ha sido como inundar un poco más de luz mi propio camino. Un nuevo impulso, un remanso de paz en medio de tantos anhelos y de tantas búsquedas inútiles.

No hay reglas ni normas, dice. Y así lo creo yo. Ni hay más norma para amar que el propio amor, ni más regla para vivir que Vivir consciente.
El respeto, la generosidad, la bondad, la lealtad, la solidaridad... ya vienen solos, porque andan implícitos en el propio amor y en la propia Vida. Y la alegría, la esperanza, la ilusión, la serenidad, la plenitud...
La búsqueda me llevó a la frustración, al vacío, a la oscuridad y al desencanto. Pero también me permitió, gracias, gracias, retornar al milagro de la simplicidad de saber, no lo que soy, ni quien soy, sino - sencillamente - que soy.

Y así, poco a poco me voy situando en mi nuevo punto de partida, aquel que abandoné hace tantos años, para perderme en las palabras y las experiencias de otros. Ya me sobran las palabras, me cansan las palabras, me aburren las palabras.

La única experiencia de la que quiero seguir disfrutando es la de saberme parte de todo el milagro, parte de todo el misterio.
La experiencia única de saberme.  De ser.  Contigo y con Todo.