Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Esconder el dolor y tirar la llave.

Nunca supe manejar bien mis emociones. Y eso, dicho por alguien que desde niña ha vivido sumergida básicamente en un universo emocional, es decisivo a la hora de armonizar mi vida.
Ser consciente de esto fue todo un descubrimiento para iniciar el difícil trabajo de batallar con ellas.

Aprendí a reconocerlas una por una y me dediqué a clasificarlas: A unas les di la libertad para que siguieran manejando mi vida a su libre albedrío y sin pedirme permiso, y a otras intenté atarlas en corto.

Las primeras son aquellas que producen explosiones de vida en positivo en mi interior. Las que hacen sonreír a mis amigos condescendientemente cuando me afloran.   Son esas que convierten las cosas bonitas en “lo más”:  Esta primavera es "lo más",  la sonrisa de alguien es "lo más", los lugares que me gustan son "lo más", el regalo que me han hecho es "lo más"... o esta canción, este atardecer, las palabras de alguien, mi último sueño... todo es "lo más".   Lo más bello, lo más hermoso.
Y no me importa cuando a veces me dicen que soy muy exagerada. Tal vez, no lo sé, pero yo lo vivo así y eso me llena de vida, de alegría, me carga las pilas... en definitiva, me hace feliz. Y, cuidado, que no solo es que me hace feliz, sino que soy “la más” feliz. Por eso me importa un comino cualquier cosa que me digan. Es mi torrente emocional en positivo y es ese al que le permito manifestarse cuando le dé la gana, de manera incontrolada.

Pero luego están las otras, las que pretendo amarrar y controlar a golpe de látigo para que, cuando se disparen no hagan de mi vida también “lo más”, pero en sentido negativo. Y ahí guardo el cajón de mis miedos, de mis inseguridades, de mi fragilidad, de todo aquello que puede convertir cualquier cosa en “lo más” triste, difícil, desesperanzador...

Pero hoy me he dado cuenta de que algo no estoy haciendo bien. Que no se trata de guardarlas en un cajón y tirar la llave al fondo del mar porque, finalmente, acaban escapando. Se trata de hacerles frente y manejarlas bien, de aprender a controlarlas cuando afloran. No puedo huir de mis miedos, porque están ahí. No puedo huir de mi vulnerabilidad, porque está ahí. No puedo huir de la tristeza, porque está ahí. Me he dado cuenta de que no estaba haciendo las cosas bien cuando de repente todas ellas han salido de su caja y han aflorado a la superficie como de una olla a presión .

He sentido tanto miedo, tanta desesperanza, tanta frustración que durante unos días el dolor y la tristeza se han convertido en “lo más” y han terminado por romperme.
Aturdida todavía, tambaleándome, me he dado cuenta de que no tengo más remedio que enfrentarme a mi misma, coger el toro por los cuernos y aceptar que todo eso también está en mí, que no lo puedo encerrar ni ignorar. Que, más bien, tengo que enfrentarme a ello y mirarlo cara a cara en lugar de darme la vuelta y mirar hacia otro lado, como si eso no estuviera ahí.

Todo está en mí. Tengo que aprender a ser capaz de convivir con ello, reconciliarme con mis emociones negativas y establecer con ellas un pacto de sana convivencia.

La verdad es que no sé por donde empezar, pero estoy segura de que encontraré la pista.
Por lo demás, y después de tres noches sin dormir llorando desconsoladamente, acabo de decidir que voy a salir a la terraza a ver amanecer. 

Las primeras luces del alba apuntan detrás de mi ventana y estoy segura de que este amanecer de primavera va a ser “lo más”. Me lo voy a regalar.