Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Esperar de los demás: lo parecemos, pero no somos iguales.

El otro día me encontré con una amiga a quien hacía mucho tiempo que no veía. Un hecho que me dejó un sabor agridulce porque después de la alegría del reencuentro, vino el desánimo del desencuentro.
Todos estos años que han transcurrido desde que no nos vemos parece haberlos empleado, en resumidas cuentas, en experimentar una permanente frustración porque, según ella, no ha tenido “suerte en la vida”. Una vida que ha basado siempre en esperar que los demás le proporcionen todo aquello que cree que necesita y de la manera que ella espera. Sus amigos y su familia no han estado “a la altura” y se siente sola frente al mundo.

El desánimo del desencuentro llegó cuando me di cuenta de que yo tampoco estaba ya “a la altura”, de que me estaba convirtiendo en una nueva decepción para ella.
Entiendo que no se pueden desbaratar nuestros esquemas mentales de un plumazo, y tampoco lo pretendía cuando hablaba con ella. Tan solo intenté que se diese cuenta de que su dolor es el fruto de esos esquemas, nada más, y que ser conscientes de ello es el primer paso para poderlos cambiar. Pero ella ni siquiera fue capaz de entender que el hecho de decirle esto no implicaba necesariamente que no me compadeciese de su propio dolor.
Es inútil, además de una osadía, pasarnos la vida esperando a que los demás se acoplen a nuestros intereses, ideales, creencias y circunstancias. No podemos pasarnos la vida esperando que alguien nos llame, nos visite, nos escuche o actúe, en ese instante exacto en que nosotros pensamos que es el oportuno y de la manera que consideramos que es la correcta.
No podemos pasarnos la vida mascullando entre dientes “eso no lo haría yo”, porque resulta que él o ella es otra persona, con otros principios, otras vivencias, otras carencias, otra visión de las cosas y otra manera de actuar, de pensar y de sentir.
Valores como la lealtad, entrega, confianza, compasión, generosidad ... son comunes a todo aquel a quien preguntemos qué espera de la gente que quiere. Pero cada uno aplica su propia visión de estos valores tergiversada, contaminada, por sus propias ideas.
Es imposible que  nos adaptemos a los dogmas que a cada persona que nos rodea le sirven de referencia en el momento de valorar, incluso juzgar, a los demás. Es difícil tener que estar constantemente demostrando las cosas como los demás esperan que lo hagas. Y lo más difícil es hacer entender a quienes te lo exigen que lo que toca es aceptar a los demás como son y mostrar hacia ellos la misma comprensión y generosidad que tu esperas para ti mismo.

Ojalá fuésemos capaces de romper esa vara de medir que todos guardamos en un cajón y cuyos valores numéricos aplicamos en función de lo que cada cual consideramos correcto o incorrecto, y que generalmente utilizamos para etiquetar a los demás y esconder detrás de esa pegatina nuestras propias sombras y justificar nuestra decepción.
No podemos esperar de los demás otra cosa que aquello que ellos mismos son, y no hay sensación más hermosa que la de la gratitud cuando alguien se entrega a ti tal y como es, con sus luces y sus sombras, sin miedo a que le juzgues, y te acepta a su vez, con tus luces y tus sombras, sin medirte ni juzgarte.
Y esa es la grandeza, la maravilla, de la amistad, del amor.

Sé que mi amiga seguirá esperando a que el mundo se adapte a ella. Sé que seguirá frustrada, y sintiendo un inmenso dolor que la romperá por dentro. Sé que no supe estar a la altura según su vara de medir y eso también a mi me produce un inmenso dolor y me rompe por dentro. Tristemente, también sé que eso jamás lo creerá.

A pesar de todo, yo misma me sorprendo muchas veces esperando, juzgando y sintiéndome frustrada. Pero sé que es mi responsabilidad escarbar en el cajón y destrozar de una puñetera vez mi propia vara de medir.