Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Triunfar en la Vida


Como quieres que, últimamente, me he visto implicada en varias conversaciones en las que, de un modo u otro, ha surgido aquello de “triunfar en la vida” o “fracasar en la vida”

A estas alturas, a veces sigo sin dar crédito a expresiones de este tipo cuando, además, observo que hacen referencia a personas concretas que conozco y que se encuentran en uno u otro grupo.

Así, observo como se dice que han triunfado en la vida quienes han llegado lejos en sus carreras profesionales, tienen una elevada posición económica y social, han logrado componer una familia estable mediante un matrimonio duradero...; y no te quiero ni contar cómo han triunfado en la vida aquellos que, además, han conseguido adquirir cierta fama y aparecer en los medios de comunicación por cualquier motivo.

Desde ese punto de vista, yo soy una fracasada a medias, es decir, de esas del montón, que no he conseguido llegar muy lejos en ninguna de esas cosas que acabo de relacionar. Y desde ese punto de vista, la inmensa mayoría de gente de la que me rodeo se encuentra en la misma tesitura.
Camino rodeada de personas que están hasta el cuello con su hipoteca o lo pasan mal para pagar el alquiler mensual de su vivienda. Evidentemente, ninguno cambia de coche cada dos por tres y, sin embargo, sí han cambiado en ocasiones de pareja porque, según lo establecido, han tenido mala suerte al elegir quien debe acompañarles durante toda su vida (aunque, según ellos, han sido-sencillamente- incapaces de controlar su corazón).

Estoy hasta el moño de esas varas de medir que constantemente sacamos de nuestro cajón para catalogar y ordenar a las cosas y a las personas según nuestros esquemas mentales, perfectamente estructurados por la sociedad prosaica en la que nos desenvolvemos.
He llegado ya a esa etapa de la vida en la que todo se ve desde una perspectiva diferente.  A mis 20 años me comía un mundo que, finalmente, no he tenido tiempo de acabarme porque la vida ha resultado transcurrir más deprisa de lo que pensaba y, además, he descubierto que es infinitamente más breve de lo que imaginaba entonces.
Y desde este punto vital en que me encuentro, tengo ya la suficiente información acerca de la vida, para poder establecer mis propias categorías de triunfadores y fracasados.

Cualquiera de mis amigos fracasados ha sido un eterno adolescente: soñadores, buscadores, valientes, implicados con su entorno y con la gente, solidarios, alegres y, a veces, un tanto inconscientes... No han realizado viajes de negocios alojándose en grandes hoteles, más bien han saltado de ciudad en ciudad, o de país en país, con una ligera mochila a la espalda en la que siempre dejaron un hueco para el libro, el cuadernillo y el lápiz. Han viajado mezclándose con la gente, intercambiando culturas, costumbres y tradiciones,... siempre aprendiendo, siempre compartiendo, siempre conociendo y dejando atrás nuevos abrazos en cada despedida.
Cualquiera de mis amigos fracasados ha encontrado el tiempo suficiente para compartir con la gente que quiere espacios para sentarse en silencio al atardecer, y largas madrugadas para llenar de diálogos y risas, o de cálidos abrazos cuando nos hemos sentido tristes.
Cualquiera de mis amigos fracasados puede mostrarse ante su mundo como quiere y como son: encantadoramente humanos e imperfectos. Cualquiera de mis amigos fracasados tiene los armarios, los bolsillos y las manos llenos de amor, de sueños, de experiencias. Han sabido disfrutar como nadie del mar –que han hecho suyo-, de cada árbol –que han hecho suyo- de cada águila, flor o mariposa –que han hecho suyas.

Porque todos mis amigos fracasados aprendieron a vivir, luchando contra esas estructuras creadas para encadenarnos a normas morales –generalmente impuestas por aquellos que practican la doble moral-, y a costumbres sociales y pensamientos establecidos por aquellos que tienen el poder para aplicarlos, y cuya supremacía peligra cuando algunos dejamos de seguirlos.

También tengo amigos que han triunfado, pero no tienen mucho tiempo, la verdad, para compartirlo conmigo ni con nadie. Cuesta mucho mantener el equilibrio en el fino hilo de los triunfadores y, en un descuido, cualquiera puede llegar desde detrás y empujarles para hacerse sitio; tienen demasiado trabajo añadido para cuidar de no perder aquello que han conseguido con tanto esfuerzo. Eso sí, como han triunfado en la vida, planifican y ordenan cuidadosamente sus días con la pasmosa exactitud que les marca su Rolex (que, por cierto, tienen demasiado miedo de perder).

Y tal y como indican las normas, costumbres, pensamientos y esquemas establecidos, cualquiera podrá decirme que todo esto lo pienso y lo digo porque me ha tocado estar en el bando de la gente que no ha triunfado en la vida. Pero es que, a mí, me da igual lo que piensen.

Cada vez más despreocupada, mi mayor ocupación consiste en ir soltando lastres. A mí, lo que me importa, es que esta tarde voy a caminar con mi amiga al atardecer, sin prisa. Y en el balcón de mi casa todavía hay margaritas de las que conozco la textura de cada uno de sus pétalos, y ramas de hierbabuena que me devuelven su perfume cada vez que las acaricio.
Y que dentro de unos días viajaré a Sevilla y sentiré el abrazo de otra gente, anónima y sencilla, con la que me reúno a menudo, debato y comparto el sueño de dejar a nuestros hijos una nueva sociedad de triunfadores auténticos, de gente que sonríe, que abraza a sus amigos, que comparte su tiempo y su cartera con el de al lado, y que sueña y se afana por transformar un mundo donde no quede ni un solo niño sin sonrisa, sin merienda, y sin futuro.

Y yo, que soy madre, a mis hijos tan solo les repito que no espero nada de ellos en esta vida; tan solo que sean auténticos triunfadores, es decir, que no hagan daño a nadie, que asuman su responsabilidad con respecto a la vida de los demás y al cuidado de la naturaleza, y que sean, ante todo, felices.
Y para todo ello no hace falta nada más que estar bien despiertos en todos los sentidos, para ser capaces de distinguir el tipo de vida o de Vida en la que queremos triunfar; y, eso, ya nos viene dado en un “pack” desde el mismo momento en que llegamos al mundo. El problema es que a veces nos quedamos dormidos y, entonces, siempre hay alguien que aprovecha sibilinamente para colocarnos las cadenas, enseñarnos lo que está bien y lo que está mal, y cargarnos con el lastre de la felicidad que se compra en los centros comerciales, en las inmobiliarias o en las iglesias.

Un lastre con el que, como no despertemos a tiempo, tendremos que cargar el resto de nuestra vida, sintiéndonos triunfadores o fracasados, en función del valor material, o el reconocimiento social que arrastremos.

Ni mis amigos ni yo aprendimos nunca a hacer dinero. Es cierto que hemos fracasado en ello, y también es cierto que a veces nos desesperamos por no saber hacerlo a pesar de trabajar incansablemente desde siempre. Pero no hemos encontrado la fórmula de ganar dinero sin acabar, de un modo u otro, dentro de esa estructura social que valora tan solo el esfuerzo que realizas en una única dirección: la de mantenerla a salvo y alimentarla.

En realidad, adoro a mis amigos, esos auténticos triunfadores de la Vida, que hacen equilibrios para llegar a fin de mes, a pesar de su trabajo tenaz y perseverante, pero encuentran siempre un hueco para compartir un café o pasear por el campo, mientras me cuentan sus sueños y sus nuevos planes para cambiar el mundo. Que les preocupa la justicia social más que el recorte de su salario; que huyen de los prejuicios, que no les guía otra bandera que no sea la de la libertad y la armonía entre las gentes de cualquier lugar, que se conmueven ante una nota musical, una mirada, o el tacto del viento en su piel, y que agradecen la llegada del nuevo día disfrutando de cada instante como del mejor y más auténtico de los regalos, y del amor como del mas preciado de sus tesoros.

Como decía Benedetti,  “Con gente como esa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido”